domingo, 31 de agosto de 2008

Nuestros pasatiempos mas sublimes.

Nos envolvemos en la incomoda rutina

De no saber quien empezará hoy la primera oración

Nos adentramos en la densa neblina

De no saber a quién le tocará hoy tener la razón.


Simios sin orientación, casanovas sin conquistas…

Caninas calculadoras, maniáticas de la fidelidad

Simios promiscuos y fanáticos de las mentiras

Brujas expertas en el arte del drama y la maldad.


Así nos definimos entre tus gritos histéricos.

Defendiéndote de tan absurda conclusión.

Así nos definimos entre mis gestos coléricos

Defendiéndome de tan absurda agresión.


Alistas maletas, yo tiro puertas hasta el anochecer.

Llamas por teléfono a una amiga de esas que no aguanto

Cruzas la calle, y te vas en medio del amanecer.

Llamo por teléfono a una amiga de esas que no sirven de tanto.


No pasa ni un día y ya siento presente tu ausencia.

…Te veo en cada espacio vació, todo es sombra sin tu color.

No pasa ni un día y ya sientes ausente mi presencia.

…Estamos atrapados, sumergidos en este demencial amor.





Ambos nos adentramos en encontrar respuestas al conflicto.

A la pregunta que nunca tendrá solución

Ambos nos extrañamos como por instinto

Nos tarda pocas horas, cada día, comprender como actúa el corazón.




Nos cuesta tanto comprender lo in entendible

Lo Humanamente imperfectos que somos.

Nos cuesta aún mas comprender lo increíble.

De que este amor no este hecho trozos.




Tus maletas desempacas, un ritual que conocemos.

Nos sonreímos, un mágico momento

No hay silencio más hermoso, los dos sabemos.

No será infinito, no será eterno.



Quizás mañana suceda lo mismo, pero lucharemos.

El amor no es perfección, es una batalla constante.

Quizás mañana seremos silencio, y sonreiremos.

El amor no es más que la unión

De batallas, maletas y mudanzas, que finalizan en un perfecto silencio
… un bello y necesario instante.

jueves, 21 de agosto de 2008

El paseo eterno.

.. .. .. .. .. .. .. .. ..

Me levanté de la cama destendida, las sabanas blancas se matizaban con el alba de invierno. El silencio anunciaba mi triste soledad.
Me levanté como cualquier tarde común, hastiado de esta rutina que poco a poco iba matando la poca esperanza que aún guardaba mi corazón.

Me miré al espejo, como por inercia. Que viejo estas Zacarías, me dije internamente con pena y resignación, vi una cara tremendamente maltratada por los años, era una cara desgastada por las tres décadas de existencia, una victima mas de una vida absurda.

Salí del cuarto y me dispuse a caminar sin rumbo fijo, solo deseaba perder la orientación, al menos por un instante, sentirme libre, escapar de este destino.
Al salir vi las mismas caras, los gestos fingidos de siempre, gente que nunca voltea a mirar, gente para la que no existes, ni existirás, gentío despreocupado de si mismos y doblemente despreocupados de los demás, gente mirando hacia el suelo como si ahy se encontrara la respuesta a todas sus preguntas.

Quizás así es mejor, ser un nadie dentro del todo, sintiéndome como me siento, gritando en el silencio. Cada ser que pasaba por mi lado era un mundo distinto, lleno de simpleza y a la vez, complejidad, lleno de defectos y a la vez cosas que resaltar. Sospecho que eso era precisamente lo que me enfermaba de la gente; Esa manera egoísta de vivir, sin pensar en nadie que no sean ellos mismos, esa manera de vivir despilfarrando alegrías, derrochando tristezas.

A veces no entendía con exactitud porque me sentía furioso, al ver esa actitud egocéntrica o al ver gente sufriendo sin razones ni motivos, cuando yo al levantarme cada mañana, era el mejor ejemplo de ir en contra d esa doctrina de vivir al máximo, cuando yo al levantarme cada mañana, era el peor ejemplo de una persona preocupada por los demás.
Esos pensamientos se convertían cada mañana en parte de mi rutina tan abrumadora. Me aterrorizaba el hecho de imaginar que cada paso que daba, me acercaba mas al cierre del telón, a los aplausos de despedida, a la última parada de este tren descarrilado.


Caminaba mirando el suelo, arto de sentir siempre lo mismo, arto de tener este vació, que no comprendía, pero ya sentía común, vació que me empujaba más y más hacia el abismo de la locura, en cierta manera a veces pensaba que debía caer y hacerlo mas fácil.

Pensé en calmarme un poco con los vicios absurdos, las calles se veían casi vacías, entré a una bodega, el encargado se encontraba en la trastienda cantaba sin percatarse, que yo necesitaba esos vicios para seguir teniendo fuerzas y no caer al abismo.
Esperé cuanto pude, pero a mi mente llegaron las reflexiones de esa sociedad egocéntrica que tanto me enfermaba, cojí lo necesario como para saciar mi hambre de alcohol y nicotina, y me fui de la tienda sin el menor reparo, el encargado seguía en la trastienda, quizás pensando solo en el, cantando totalmente extasiado de felicidad, dejando de lado a este cliente que se marchaba resignado de su tienda, con su miserable vida.

Me sentí mal por haber robado aquellas cosas, me sentía un vil ratero.

Encendí el primer cigarrillo, después de la primera cerveza, caminé tanto que me perdí entre la densa niebla.
Llegué a la carretera, se encontraba totalmente vacía de luces y sonidos de motor, alojé mi cuerpo en una especie de puesto de periódicos al lado de la carretera, el cual tenía unas bancas precisas para encender el noveno cigarrillo, después de la novena cerveza.
A lo lejos se apreciaba un paradero totalmente vacío, algo tétrico.

La tarde se hizo noche, el sol y la luna repitieron el mismo ritual de antaño; aquel crucé mágico en el cielo, les encomendaron esa misión; padecer una condena llena de similitudes y obedecerla al milímetro, seguir aquella secuencia asfixiante. Era lo mismo que yo sentía cada día al levantarme, por eso cada atardecer no podía hacer otra cosa que sentirme triste e impotente.

Encendí el décimo cigarrillo, después de la décima cerveza, me embargó un sentimiento de ilusión, como si haber llegado a esa carretera, a este puesto de periódicos, a este paseo eterno; a esta noche llena de estrellas, no fuera tan solo una coincidencia mas.

Empezó a llover drásticamente, mi cigarrillo y la ilusión se apagaron fugazmente, todo indicaba que el presentimiento de ligera esperanza que tuve no fue más que eso; un presentimiento vano. Pensé en quedarme bajo la lluvia, imaginé que quizás la hipotermia haría el trabajo aún más sencillo.

El frío empezaba a congelar mis manos, la lluvia parecía inundar mi cuerpo, sentí que me ahogaba, era completamente extraño. Decidí hacer lo mas lógico y trate de entrar al puesto de periódico arriesgándome y sintiéndome nuevamente un vil ratero, a pesar de que el momento justificaba mi acción.
Forcé la puerta y logré entrar, la madera rechinaba, el cuarto totalmente oscuro, alumbrado por mi encendedor, estaba llena de periódicos y hojas con cifras, fechas y nombres.

Reflexioné un poco sobre todo lo que había acontecido desde mi despertar hasta este preciso momento, en cierta manera, hoy no fue el día monótono, hastiante y rutinario de siempre.
Cada día de mi vida anunciaba que estaba condenado a no ser feliz


¿Pero debía de ser así?


Fue en ese momento que empecé a darme cuenta, que los años me habían convertido en la persona que en mi juventud temprana, me esmeré por jamás llegar a ser.

Me sentí avergonzado de criticar mi sociedad egoísta, cuando yo hubiera sido la última persona en dar el primer paso, me sentí avergonzado de criticar los que le llaman vida al sufrimiento, sufrimiento que había sido mi única compañía en años, me sentí avergonzado de haberme deprimido tanto tiempo y no tener la capacidad de recuperación que si tenia la mayoría de la sociedad que tanto me asqueaba.

Pensé mucho, pensé demasiado, Esos minutos de reflexión me hicieron darme cuenta que esa rutina, esa condena, esa vida que había estado llevando, era solamente culpa mía.
Me despertaba cada mañana esperando lo mismo de siempre, esperando en vano algún ángel que cambiara la vida que yo mismo había decidido llevar.

Me sentí defraudado de mi mismo, de mis decisiones, y los sentimientos tan deprimentes que habían llenado mi corazón por tanto tiempo.

Podía ser muy tarde o quizás aún me quedaba tiempo para poder cambiar, para levantarme cada mañana como debería; agradecido de vivir un día mas, de poder respirar las esencias mas exquisitas de la vida, de poder ver lo mágico del cielo y la noche, lo bello de la vida; el poder sentir que me quedaba cosas por hacer.

Fui realmente feliz, lo comprobé por las lágrimas que brotaban de mis ojos.
Me sentía lleno de vida, ese hormigueo en mi estomago, aquel sentimiento que me fue ajeno tantos años, reaparecía y eso me llenaba de una alegría extrema, Por fin volvía a tener ganas de despertar y paso a paso, hacer que en mi vida prevalezca, por sobre todo, la esperanza de un mañana mejor.

Desde mañana todo cambiará, me decía a mi mismo una y otra vez, con seguridad e ilusión.

Una columna llena de periódicos cayó repentinamente, recogí uno que por la antigüedad; ese color amarillento y polvoriento, me llamo la atención en demasía. Acerqué mi encendedor para poder leer en medio de la oscuridad.

El periódico tenía casi 5 años de antigüedad, lo que me provocó una curiosidad extrema, que necesitaba saciar. Procedí a leer los titulares.


En ese momento sentí que la lluvia me ahogaba nuevamente, sentí un gélido viento en mi interior, el hormigueo se convirtió en un zumbido explosivo, irritante.
Empecé a temblar y sentir como el sudor frío invadía mi cuerpo y sin poder tranquilizarme aquel hormigueo infernal invadió todo mi cuerpo.

Caí rendido, perplejo por lo que veían mis ojos, comprendí todo en ese instante; los días de rutina, el sentirme un vagabundo falto de amor entre la multitud, el sentirme ignorado y desplazado de todo lo que antes era felicidad.
Sentí ese viento gélido, esa lluvia que me ahogaba nuevamente, cubría ya todo mi cuerpo aquella sensación.

Seguí por unos minutos más enlazando ideas, resolviendo los cabos sueltos que entre lagrimas, tristezas, arrepentimientos y una ligera sonrisa que no entendía, parecían sentenciar el momento, sin embargo, mientras la lluvia hacía lo suyo termine de comprender aquel ademán;
no era una sonrisa, era el gesto de quien comprendía, por fin, cada error, cada desacierto que tuve en mi día a día.

Aquel ademán era un gesto de resignación, comprendí; el cierre del telón, los aplausos de despedida, la última parada del tren, Esa era la condena.

Aquel ademán absurdo e irónico para el momento, anunciaba el final y con el la comprensión total, era cierto; Ya era muy tarde.

Demasiado tarde, demasiado tarde, demasiado tarde, me decía mirando mis manos luminosas que se matizaban perdiéndose en el oscuro cuarto.



La lluvia hizo lo propio, y culminó su trabajo.



Se levantó de la cama destendida, el cielo morado de invierno anunciaba el comienzo de su labor. El silencio del cuarto anunciaba su triste soledad.

Se levantó como cualquier madrugada común, hastiado de esa rutina que poco a poco iba acabando con sus fuerzas, ya eran casi 4 décadas de lo mismo. Salió del cuarto y se dispuso a caminar sin rumbo fijo, solo deseaba perder la orientación, al menos por un instante, sentirse libre, escapar de ese destino, escapar de tanto cansancio.

Llegó a la carretera, acercándose cada vez mas a su destino; el puesto de periódicos Se apresuró, como siempre, dispuesto a culminar su trabajo y esperar del día siguiente lo mismo, día a día con la misma pereza, con la misma nostalgia y con la misma tristeza.

Saco sus llaves del bolsillo y entró al puesto de periódicos, el cielo que empezaba a aclararse anunciaba que amanecería pronto, Don Carlos se apresuró.

Don Carlos vio una pila de periódicos antiguos regados en el suelo, lo que le llamo la atención de sobremanera, le molestó aquel desorden.

Es mi trabajo, es mi trabajo, se decía a si mismo tratando de animarse.

Era un hombre arto de su vida, huraño en todo sentido, que se levantaba cada mañana maldiciendo el día que comenzaba y el que sabía tendría al día siguiente.
Un periódico le llamó la atención en demasía, quizás por su antigüedad, 5 años de publicado, o quizás por la extraña manera en que de pronto lo vio.

Faltaban aún unos minutos para la entrega matutina de periódicos, se sentó a leer los titulares, uno que recordaba, por lo voceado que fue en ese entonces.

Lo leyó en voz alta.

“Zacarías Fernández, una joven promesa literaria, fue encontrado muerto en su domicilio, al parecer las causas fueron una fuerte sobredosis de pastillas y antidepresivos sin receta médica. Aún la policía desconoce el móvil que lo motivó a tomar tan fatal decisión, según un vecino cercano Zacarías era un joven parco y poco social. '

' Jamás lo vi con algún amigo ni familiar, algunas veces leí poemas suyos, que dejaba olvidados en el pasillo, nunca miraba a los ojos a nadie, parecía que odiaba su vida y vivía cada día amargado de ella, lo que concordaba perfectamente con sus poemas'' , comenta el vecino. Zacarías Fernández de 31 años nos deja para no volver, ojala que donde se encuentre ya pueda, por fin, descansar en paz" sentenciaba el diario.


Don Carlos se sintió tocado por la historia, algunos minutos, quizás identificado, se dijo así mismo:

Pobre muchacho nadie lo quería y nadie lo apoyó, por eso odio a todas estas personas hipócritas que se hacen llamar gente, y creen ser parte de una sociedad articulizada que se apoya. Gran mentira, ni siquiera pudieron ayudar a ese pobre muchacho, reflexionó.


Guardó unos minutos de silencio y se persignó.

Se levantó a seguir con su trabajo, con la misma actitud negativa, hastiado y arto de su rutina, cansado de tener que lidiar siempre con lo mismo. Odiando la sociedad hipócrita y egocéntrica, como el la definía, Odiando cada paso que daba, quizás para el también ya era tarde, el ya padecía su propia condena.