jueves, 28 de julio de 2011

Mudanza.



Cajas selladas, cuadros y muebles rodeando por todas partes, un jardín amplio que daba a la calle, más adelante una espaciosa y bonita casa de color azul con una pequeña entrada donde uno podría sentarse a mirar a las personas y autos pasar.
Habían pasado 8 meses desde la última pequeña visita a Perú, esta vez ya no era una corta estadía, era un nuevo comienzo.
Atrás quedaron los cambiantes climas de Madrid, ciudad en la que por más de 5 años logré sonreír como nunca en la vida imaginé.
Pero esa ya era una parte que estaba muy lejana de mi, no sólo por distancia, sino por el agregado que ya no eran tiempos tan felices.

Bajé del camión de mudanza mientras los dos pequeños hombres de dicho servicio cargaban los muebles, mi silla favorita, esa de la que yo pensaba salía la inspiración de cada escrito, se encontraba puesta en el jardín, que la verdad estaba hecho un desastre, el descuido me hacía pensar que probablemente mi nuevo hogar había sido habitado por esas ancianas llenas de gatos, que siempre tienen un ojo de vidrio y algo negro de atuendo.
Caminé despacio observando los alrededores, eran ya las 8 de la noche, me senté en la silla de terciopelo color negro y entonces los recuerdos volvieron por si solos.

Fue a los 18 que con dos maletas cargadas de sueños y esperanzas me aventuré con una beca de la universidad a perseguir esa meta de algún día lograr ser escritor.

Al llegar, mis compañeros de cuarto se convertirían en mis mejores amigos por todo ese periodo madrileño, Sebastian y Rodrigo. El primero un argentino que dejó un prospero negocio familiar por el puro deseo de conocer el mundo y el segundo un peruano con ganas de demostrar que los colores de un cuadro suyo podían ser capaces de matizar cualquier tristeza y transportarnos, por al menos un segundo, a un lugar mucho mejor.

El primer año pasó como volando, conseguí un trabajo como columnista en un periódico de la ciudad y por esos tiempos en mi vida empezó a construirse el capítulo más importante de aquella historia, un capítulo llamado Sofía.

La primera vez que fui a un bar en Madrid, fue lógicamente con Sebastian y Rodrigo, quienes ya tenían un par de meses más que yo, y conocían bien la juerga y el movimiento de la ciudad. Fuimos al Monteprado, un lugar en donde por unos pocos euros podías sentarte a escuchar presentaciones en vivo de trovadores y músicos de la ciudad.
En ese momento se escuchaban canciones de Sabina, era un tipo gordo de barba el que cantaba, desafinadamente pero con sentimiento.
Nos sentamos cerca a la barra y pedimos algunas cervezas para aliviar esa presión inicial en los hombros que se siente al estar en ese tipo de lugares.
Se pasaban las horas, conversando desde política hasta amor, el alcohol empezaba a sacar carcajadas más sonoras.

Alrededor de la medianoche, se subió al escenario una chica, de cabello castaño y ojos color miel, con una guitarra y una sonrisa que en ese momento parecía querer detenerlo todo. Se le notaba algo nerviosa y disimulaba mostrando control sobre la situación, siempre manteniendo la sonrisa en eterno contraste con esa mirada que parecía dosificar la sensación de alcohol en mi cuerpo.

Empezó con la guitarra, con sus pequeñas manos a sacar acordes y melodías, luego comenzó a entonar una canción de Mercedes Sosa, fue un momento que hasta ahora es capaz de hacerme cerrar los ojos y sacarme una sonrisa, su voz empezó a recorrer todo el espacio, dejé de conversar con mis amigos, y por aquel largo instante, el sonido se apoderó de mi. No era la persona que mejor cantaba, pero era la persona que mejor me había encantado, en un instante mágico, como un recuerdo que avanza lento.
Cuando terminó de cantar no pude evitar ponerme aplaudir mientras con una enorme sonrisa buscaba alguna forma de cruzar miradas, luego me percaté que nadie más estaba aplaudiendo tan fuerte, por lo que la chica fijó su mirada en aquel sujeto raro, que aplaudía de forma exagerada, me miró y entonces devolvió una sonrisa de forma curiosa. Ese fue el momento en el que completamente avergonzado, me senté raudamente y no me digné siquiera a mirarla de nuevo.

Sebastian con su dejo tan argentino, empezó a burlarse e imitar la cara de idiota que debo haber tenido en ese momento, mientras Rodrigo, que siempre conseguía estar acompañado, tomaba otra cerveza junto a una chica pelirroja bastante atractiva.

Nos fuimos cuando dieron las 2 de la mañana, y en todo ese lapso de tiempo, en la caminata desde el bar hasta la pensión, no pude evitar las imágenes en mi cabeza sobre la chica del bar, me ponía alegre con el sólo hecho de haberla visto cantar, y de saber que probablemente algún día después de aplaudir fuertemente y como un loco, podría acercarme a decirle lo linda que era. Era una sensación única sentir esa pequeña ilusión inicial que baila en todo el cuerpo, que te emociona y te hace proyectarte hacia situaciones y circunstancias futuras, que probablemente no sucedan, pero aún así logran darle vida a la vida.
Llegamos, algo ebrios, pero llegamos, Rodrigo entró a su cuarto acompañado de Betzy o Letzy, un nombre de esos raros que uno nunca recordará de todas formas, cerró la puerta y supimos que dormir bien y en silencio, sería complicado.

-¿Che para seguís con esa cara de cojudo por la mina del bar?- preguntó Sebastian mientras se ponía su pijama.
- Y sí, no puedo Sebas, me ha dejado una sensación de querer volver a verla-
-Y bueno loco, vas a ver como la vida te da un segundo round, la vida está llena de esas oportunidades, espera que tengas una y aprovéchala boludo- Sentenció, mientras cerraba la puerta de su habitación.

Entré a mi habitación y para disipar un poco la bulla ocasionada por Letzy, Betzy o Tracy, puse un disco de Trova, y me recosté a fumar un cigarro, en lo que se consumía el cigarro y lo que terminaba la canción, la chica del bar, junto con su sonrisa, volvía de nuevo para apoderarse de ese último estado de semiinconsciencia antes de dormir, y qué increíble era poder al menos imaginar, que la música de la habitación provenía de ella.

Domingo, un día de mierda, donde si no te mantienes ocupado, por alguna razón, la nostalgia es un sentimiento latente en todo ese día. Por eso cada domingo me levantaba temprano y salía al parque Sol del Ave, donde al promediar las 4 de la tarde se reunían muchos pintores, y por un par de euros retrataban a las parejas que visitaban el lugar. Prendía un cigarro acompañado de un buen libro, y entonces el día era menos lento. Todo hubiera sido cotidiano sino hubiese sido porque en Madrid cuando llueve, llueve de verdad, no eran las lluvias de Lima que máximo podían refrescar la cara, esta lluvia te empapaba todo. Tuve que coger el libro y buscar donde refugiarme hasta que la lluvia pare al menos un poco. Encontré una precisa y solitaria banquita de para de autobús como para descansar de la terrible lluvia, no pasarían los buses porque por esa zona habían cercado la calle por un evento benéfico.

A los 5 minutos se sentó una persona con un paraguas, mientras en mi mente transitaba la idea de por qué carajo alguien tenía un paraguas y se sentaba en un lugar donde no pasaría ni un puto bus y en plena lluvia semitorrencial, cuando yo realmente me moría por tener uno. Prendí un cigarro más, mientras me abrigaba las manos con el calor del encendedor. Una voz suave y de mujer se hizo presente en medio de la lluvia.

- Si me invitas un cigarro, te presto este paraguas- mencionó la voz en un tono sincero pero gracioso.
-Toma este, es el último, y quédate con el paraguas, yo todavía tengo para esperar hasta que la lluvia pare, y no creo que te convenga dejar el paraguas- respondí esbozando una ligera sonrisa.
-Bueno si esa es la condición me quedo aquí hasta que se acabe el último cigarro- dijo risueña la mujer, mientras se sacaba la enorme capucha.
Incluso hoy, recuerdo lo que sentí al verla, una mezcla de susto y de emoción, un sentimiento intermedio entre vértigo y recién despertar; era la chica del bar, esa que días atrás me había sacado más de un suspiro, más de un pensamiento.

-Mi nombre es Sofía- expresó, mientras el humo del cigarro dibujaba formas delante de mí.
El cigarro se acabó a los 5 minutos, y la lluvia paró a los 10, pero por alguna razón estuvimos durante un par de horas conversando. Era una chica sencilla, que buscaba ver el mejor lado de la vida, con un corazón enorme y una sonrisa más grande aún, era peruana, había viajado a los 15 años para estudiar canto en distintas ciudades de Europa, ahora se dedicaba a cantar cuando podía, mientras estudiaba diseño de interiores en un instituto de Madrid. Por alguna razón parecía que ninguno quería hablar mucho de Perú, todo lo que conversábamos era sobre música, su color preferido que era el morado, escritores, nosotros o la forma como ambos veíamos la vida, el amor, el aprender cada día y la búsqueda de la felicidad. Incluso en estos días, recuerdo esa sensación mágica de sentir cómo en una conversación puedes sentir tantas cosas por una persona, como alguien en un segundo es capaz de sorprenderte, sin quererlo, sin buscarlo.

Caminamos un par de cuadras hasta que llegamos a donde vivía, era en un barrio llamado Colonia Marconi, el lugar donde paramos parecía una casona remodelada, de color verde. Le mencioné que vivía a 15 calles, a lo que sonrió y dijo que entonces las circunstancias de la vida nos habían hecho cruzarnos.
- Es el segundo round- le contesté y sonreí, mientras ella no entendía bien lo que decía, pero por ser como era igual mostraba una sonrisa y a cada una era distinta a la otra, pero siempre especial.
-Te veo hasta que la circunstancia nos vuelva a juntar, entonces- dijo de forma coqueta, mientras hacía malabares con sus llaves y caminaba hacia la puerta.
-Espero que la vida entonces sea como las mejores canciones, al principio salen de la nada, pero luego entiendes porqué salen- Respondí en un falso intento por parecer ocurrente o inteligente. – Puta madre, la cagué, pensé en mi mente.
-Las mejores canciones, son aquellas que generalmente hablan de cosas como las de hoy- dijo Sofia terminando la conversación.

Entró con esa sonrisa enorme, y cerró la puerta lentamente.
Durante esas 15 calles, me la pasé como un imbécil cantando canciones que no existían, y que de forma cursi siempre tenían la palabra Sofía.
Un día que recuerdo de manera sumamente especial fue un Viernes de Junio, al promediar las 10 de la noche en el bar Monteprado, había pasado 2 semanas desde la última y también primera conversación con Sofía, no estaba seguro de si ese día cantaría, pero pensaba jugarme todo por verla, esta vez fui solo.
Me senté en la iluminada barra de madera, pedí dos cervezas, y disfruté de la música por una hora en la que se consumieron los cigarros restantes de la cajetilla del día anterior.
De pronto sentí como por instinto que alguien estaba observando mis movimientos, al voltear vi a Sofía más linda que nunca sonreía radiante como siempre, esta vez estaba algo maquillada, con un vestido negro lo suficientemente corto como para estar entre los límites de la sensualidad y el misterio. Se acercó pausada como dibujando la escena de a pocos, sin borrar la sonrisa, caminando de forma coqueta, me dio un beso en la mejilla y se sentó sin decir más.

-Esta preciosa hoy- le dije mirándola fijamente.
-Tú tampoco te ves mal hoy, ¿te haz arreglado para venir a verme?- preguntó, sin dejar de mirarme fijamente.
-Lo hubiera hecho, si hubiera sabido que venías, por cierto, ¿hoy día cantas?-
-No, la verdad que vine a celebrar con unos amigos, pero me estoy aburriendo como no tienes idea- exclamó mientras hacía un puchero de tristeza.
-No prometo nada, pero si te quedas conmigo hoy, intentaré no aburrirte-

Conversamos con unas cervezas durante un par más de horas, y a medida que iba pasando el tiempo, era inevitable pensar en lo increíble que era, me costaba creer como alguien podía ser capaz de deslumbrarme a cada instante, sin que eso fuese algo voluntario, era auténtica y no tenía miedo de mostrarse como era, y algo que siempre recuerdo, es que podía ser quien era, sin tener que siquiera moldear un poco ni una palabra, ni una acción, eso es algo que muy pocas personas podían lograr, y ella lo hacía mejor que nadie.

Al promediar las 2 de la mañana me cogió de la mano y me llevó a bailar. Nunca en mi vida había bailado una canción lenta, pero desde que sentí sus brazos sobre mi cuello y puse los míos sobre su cintura el asunto se hizo mucho más sencillo. Durante esas 4 o 5 canciones no hablamos de nada, pero nos quedamos mirándonos fijamente. Recuerdo que en mi mente pensaba en todo lo que quería decirle, o en qué debía hacer para lograr que ese momento fuera perfecto, y sin forzarlo, fue mucho mejor que eso.

Aún recuerdo ese primer beso; sin pensar en ninguna consecuencia y obedeciendo al espíritu que gritaba dentro de mi pecho, me acerqué lentamente y la besé entre la mejilla derecha y su boca, me alejé sólo un poco, con una ligera sonrisa y lentamente con miedo al rechazo, me aventuré al instante a un segundo intento esta vez más cercano, y cuando menos lo esperaba, ella buscó acercarse de la misma manera, coincidimos y nos acercamos a la misma vez, y fue entonces que supe sería inevitable sentir que definitivamente ese era el último beso que quería recibir, esa emoción que se manifestaba como un ligero temblor en mi cuerpo, esa sensación del momento perfecto había llegado. Parecía haber durado más de lo que duró, cuando nos alejamos nos sonreímos en medio de la pista. Después de unos minutos de seguir bailando me tomó de la mano y me pidió que la lleve a su casa, antes de salir del bar me dio un beso mientras sus pequeñas manos acariciaban mi rostro como queriendo abrigarlo del f rió, la abrasé fuerte y empezamos a caminar.
Durante el camino nos mantuvimos en silencio, y por momentos ambos mirábamos de reojo al otro, como un juego que en todo el camino nos hizo sonreír. Al llegar a su casa conversamos unos minutos.

-Gracias por esta noche- dijo Sofía sonriendo, mientras me abrazaba.
-Gracias a ti por haberme hecho sonreír, como hace mucho no sonreía- luego de haber dicho eso nos besamos, y nos prometimos vernos el domingo en el parque cercano al lugar en donde nos conocimos.

En todo el camino lo único que quería era llegar lo más rápido posible, dormir y que el tiempo pase lo más rápido posible, todo con la intención de verla, de abrazarla, de hacerla reír, y ver esa sonrisa que podía ser capaz de ponerme nervioso de una manera inexplicable, placentera y tan especial.

Llegó el Domingo, nos encontramos en el centro del parque cuando dieron las 2 de la tarde. La vi llegar de lejos, con un vestido blanco de flores amarillas y un ganchito que amarraba su castaño cabello, el intenso pero agradable sol hacía juego con su andar como un resplandor que lo detenía todo a su paso. Caminamos por todo el parque hablando de mil cosas distintas, con Sofia los temas de conversación salían sin el mayor esfuerzo, siendo algo importante o alguna tontería dicha por alguno de los dos, siempre era asombrosa la paz que adquiría a su lado.
Comimos helados hasta que no pudimos movernos, luego me pidió que vayamos a la pensión. Tomamos un autobús, al llegar le advertí que no se sorprendiera del humor negro y sarcástico que Sebas, como todo argentino, tenía, ni tampoco de lo raro que podía ser Rodrigo en ciertas ocasiones, sobre todo cuando se encerraba a pintar.
Subimos las escaleras, paso a paso. Al llegar Sebastian se encontraba viendo televisión, aún no les había contado lo del viernes, cuando la vio empezó a reír,
- Che ya vez que el segundo round existe, ahora seguro te encierras se viene el tercero y me jodes la película que está re buena- exclamó riendo, mientras se incorporaba para saludarla.
-Tranquilo Sebas, vine a ver la película también- le respondí mientras sonreía y abrazaba a Sofia.

Esa tarde, hicimos una maratón de películas de Woody Allen, entre risas, mi mente se detenía a ver a Sofia, observando la dulce manera con la que interactuaba con Rodrigo y Sebastian, para ella el mundo era un lugar cómodo lleno de felicidad, no le costaba nada ser quien era realmente, era ella misma en cada cosa y en cada instante, y eso precisamente es lo que la hacía más especial todavía.

Al promediar las 9 de la noche, Sebastian se fue a dormir porque al día siguiente debía salir a Barcelona a encontrarse con un familiar suyo. A los 10 minutos Rodrigo se encerró en su cuarto a pintar, sumergido en el olor de los acrílicos y las acuarelas.
Cada vez que recuerdo esa noche, lejos de sentir nostalgia, siento felicidad, porque fue el momento en el que realmente comprendí lo que era hacer el amor.
Era algo tarde, y Sofia quiso quedarse a dormir, sobre todo porque al día siguiente era feriado y ninguno tenía mejor plan, a las 11 nos dirigimos hacia mi habitación, las piernas me temblaban, y si no fuera por las cervezas que tenía en ambas manos, estoy seguro estas hubieran hecho una ligera y quizás imperceptible manifestación húmeda de nerviosismo, nos echamos sobre la cama, puse un disco de trova que a ambos nos gustaba, tomamos las cervezas acompañadas de los infaltables cigarros. Ella jugaba con sus manos acariciando mi cabello, mientras yo de forma tierna buscaba hacer lo mismo, recorriendo cada parte, desde su oreja hasta sus labios, en un movimiento que en ese momento se sentía como el más cálido instante.

Empezamos a recordar como de forma tan inusitada nos conocimos, como si la vida, por si sola con un accionar tan preciso e inexplicable, hubiese generado cada una de las circunstancias para que ella hoy esté aquí y para que yo pueda hacerla feliz con cada ocurrencia mía, ella decía que el poder sonreír era un milagro que debía buscarse todos los días, y yo creía que el verla reír era el verdadero milagro, siempre que lo conseguía sus ojos se hacían más pequeños acompañada de una risita suave e inocente la cual contrastaba con el suave color rojizo que adquiría su rostro cuando dicha risa era más fuerte.

Comenzamos a besarnos, por momentos de forma lenta y en otros como si ese fuera el último beso, mientras nuestras manos se perdían en el vaivén de la pasión, las respiraciones agitadas empezaron a manifestarse mientras la ropa caía a los lados de la cama, acomodé un brazo por detrás de su cabeza sintiendo así el calor de su cuerpo, el cual en ese instante se sentía como un fuego que abrigaba cada parte de mi, desnudos en la cama y extasiados por el momento, el tiempo pasó de forma lenta, mientras nos perdíamos entre la oscuridad del cuarto y la privacidad de las sábanas blancas.

Esa noche comprendí que hacer el amor es una palabra que involucra y abarca todos los sentimientos buenos que podamos sentir, desde lo más sublimes hasta los más intensos. Cuando el cansancio se apoderó de nuestros cuerpos le di un beso en la frente, mientras ella con los ojos cerrados se acurrucaba entre mi cuello y mi pecho. Sofia ya se encontraba durmiendo, mientras yo sin aún poder conciliar el sueño, jugaba con sus mechones castaños, en ese momento realmente fui feliz como nunca lo había sido, como siempre lo quise ser.
Amanecimos abrazados de costado, lo primero que hizo al levantarse fue darme un beso en la nariz para luego bajar hasta mis labios.

-Hoy día vas a ver lo espantosa que se ve una mujer al levantarse- dijo riendo mientras rodeaba sus brazos sobre mi cuerpo.
-Hoy va ser el día en que tenga la suerte de amanecer con la mujer más preciosa de todo Madrid, y también hoy será el día en que veas la cara de tarado que tiene quien te mira despertar- respondí mientras besándola recorría desde su cuello hasta sus labios, como queriendo dejar huella en cada parte de ella.

Nos levantamos, y me apresuré en bañarme mientras ella preparaba el desayuno, Sebastian y Rodrigo no se encontraban en la casa. Al salir de la ducha ella entró inmediatamente a bañarse. Al terminar de comer ordenamos la casa, en ese momento escuchábamos algo de los Cafres y Bob Marley, me perdía en la acción de verla limpiar entonando cada canción con esa vocecita tan incontrastable que tenía, porque cuando Sofia cantaba cerraba los ojos mientras sonreía como perdiéndose en los versos, dejando que su imaginación vuele en cada melodía.
En la tarde salimos a una galería de arte urbano la cual nos había recomendado Rodrigo. Recuerdo que antes de entrar la tomé de la mano la acerqué a mi y fue el momento más importante de este capítulo llamado Sofia.
Le pedí que sea mi novia, y que se quede conmigo por siempre, que me deje ser quien la haga sonreír cada día, y que me permita ser a su lado el hombre más feliz. Sonrió y mientras me abrazaba me susurró al oído –Hoy y todos los días-. Entramos a la galería y ese fue el inicio de la historia.

Estuvimos juntos por casi 3 años, y fueron los mejores años de mi vida, hasta ahora, no sólo por la inmensa felicidad que me acompañó por todo ese periodo, sino porque aprendí de Sofia la importancia de mejorar y ser la mejor versión de uno mismo todos los días.
Tuvimos diferencias y discusiones, y hoy al recordar como nos alejamos me doy cuenta de la necedad y la soberbia que en esos años llevaba conmigo, el buscar tener la razón en cada tema y en cada cosa, era aún muy inmaduro para comprenderlo, hoy después de años entiendo que la vida nos enseña a mejorar, y sólo tras los golpes más duros se es capaz de aprender de verdad y de ser esa mejor versión de uno mismo.

Noviembre, era mi tercer año en Madrid. Pactamos con Sofia que la recogería de su casa a las 5 de la tarde. Salí de la pensión, llovía mucho esa tarde, con paraguas en mano caminé las 15 cuadras que separaban nuestros hogares.
Sentía ansiedad por llegar, puesto que Sofia me había mencionado por teléfono que debíamos de hablar de algo muy importante, en ese momento me sentía nervioso por alguna extraña razón, y quería llegar lo antes posible para saber que era eso tan importante.
Al llegar nos abrazamos y nos dimos un beso.
-Amor, ¿de qué quieres que conversemos, qué es eso tan importante?- le pregunté en el zaguán de su casa.
-Aquí no, prefiero que salgamos a conversar, aunque este lloviendo mucho, cada vez que llueve me acuerdo como nos conocimos y sé que será un buen día- respondió esbozando una dulce sonrisa.
Salimos y nos dirigimos a una banquita de autobús, no era la misma donde nos conocimos, pero igual nos protegía de la lluvia.

Al promediar las 6 de la noche Sofia me contó que tenía que irse a Milán a seguir un curso de canto de 1 año, que había conseguido una audición con una disquera importante, y le habían ofrecido un trabajo como diseñadora de interiores de una empresa bastante prestigiosa. Me pidió que me valla con ella, que nos mudemos a Milán, que comencemos otra historia juntos.
Yo me moría de ganas de decirle que quería acompañarla en su sueño, todavía debía terminar de estudiar la beca que tenía y no podía moverme de Madrid, pero en realidad el motivo principal era porque me daba miedo el irme a otro lugar y comenzar de cero, el dejar a mis amigos, el trabajo y todas las cosas que había pasado en esta ciudad durante esos 3 años. Sofia no entendía lo importante que era para mí el quedarme, y yo no entendía lo importante que era para ella el irse.
Le dije que no podía acompañarla, que me encantaría pero que debía quedarme en Madrid, que era un cambio demasiado abrupto. Esa noche peleamos como nunca habíamos peleado. Finalmente ella me dijo que no quería irse sino era conmigo, que la felicidad que la embargaba por la gran noticia era porque sentía que ambos podíamos vivir en Milán y que esto sería increíble. Le pedí que se fuera, que no podía permitirse desaprovechar una oportunidad así, y que ese era su destino, y el mío quedarme. Traté de ser lo más frío y egoísta posible, nunca me hubiera perdonado que se quede, ella era lo más importante en mi vida, y por lo mismo siempre quise lo mejor para ella.
Se marchó entre la lluvia molesta, pero sobretodo triste, entre sus pensamientos rondaba la idea de que el amor que sentía por ella no era lo suficientemente fuerte como para aventurarme y acompañarla.

Su viaje era en 1 semana, en días como estos todavía, aún no me perdono el no haberla buscado ni haberla llamado, nunca le contesté el celular y por toda esa semana viajé a Barcelona en un congreso que había conseguido en el trabajo, en aquellos años, consideré que fue lo mejor,
Eso la lastimó, algo en ella se quebró, sin que yo pudiera hacer más que ver como se derrumbaba lo mejor que había construido, nunca entendí los motivos que me hicieron alejarla de mi vida.
Las personas a veces lastimamos lo que más queremos y somos capaces, sin quererlo, de ocasionar daños irreparables. Me equivoqué en muchas facetas de nuestra relación, pero algo que jamás deje de hacer es amarla todos los días, con las propias imperfecciones de ese sentimiento, que nunca pensé sentir con tal intensidad.

Así pasó el cuarto año en Madrid, y el primero sin Sofia, esquivando su recuerdo, manteniendo mi mente ocupada en mil cosas, con tal de no evocarla.
Cuando Sofia se marchó, algo en mi cambió, sólo así fui capaz de comprender todos los errores que de alguna u otra forma me impidieron ser y dar lo mejor de mi, porque pese a que se fue, dejó algo para siempre, el querer ser cada día alguien mejor.
En esos 2 años que me restaron en Madrid, nunca hubo un día en que no me pregunte si ella estaba bien, y cada día que pasaba me rodeaba una sensación de angustia y desesperación, pese a eso nunca la busqué. Cada día que pasaba lo único que hacía era mirar al cielo y pedirle a cualquier ente superior, que la cuide, que ella este bien y que cada día que pase sonriera más, eso era lo que realmente quería.

El último año en Madrid fue triste, me tuve que despedir de Sebastian y Rodrigo, dos personas que se habían vuelto como mis hermanos. Pero yo debía volver a Perú, había conseguido un muy buen trabajo como profesor de letras en una prestigiosa universidad. Otra de las razones, y quizás la más importante, era porque todo me hacía recordar a Sofia, y yo tenía claro que después de tanto tiempo no podía buscarla, aunque esto fuese lo que realmente me moría por hacer.

La última noche en Madrid, fui con Sebastian y Rodrigo al bar Monteprado, era mi despedida y debía ser un día feliz, y de cierta forma lo era, por 5 años había iniciado una aventura que hoy terminaba, un capítulo que marcó mi vida donde logré algo que hoy me es difícil pensar que volveré a conseguir; Amar, amar como nunca pensé.
Y hoy, sentado en la silla de terciopelo negro, en medio del jardín, Sofia volvía nuevamente, como tantas veces lo había hecho ya, pero hoy era distinto, hoy recordé cada paso y cada huella.
Los hombres de la mudanza habían terminado ya con las gestiones respectivas, cancelé el servicio, y mientras el camión se iba de la acera prendí un cigarro.
Observé por unos minutos el vecindario, era una calle bastante bonita rodeada de casas y un pequeño parque con unas banquitas.

En ese lapso, pensé que esta era una nueva aventura, un capítulo que comenzaba a escribirse.
Me llamó la atención de manera particular la casa que estaba frente al parque, era una casa con muchos colores. A través de la ventana se apreciaba una pequeña chimenea y una silla de terciopelo bastante parecida a la mía, salvo que esta era de color marrón. Por la ventana se veía a una mujer hablando por teléfono.
El cigarro se me escapó de las manos y cayó lentamente al suelo, mientras mi mente procesaba lo que veían mis ojos, aquella mujer que hablaba por teléfono era un rostro conocido, mi cuerpo empezó a temblar, sentía espasmos como si mi corazón quisiera salirse de mi pecho, cada latido iba aumentando, mientras mi vista se perdía en aquella mujer, era Sofia. Fueron 10 minutos en los cuales estuve atónito sin saber cómo reaccionar, el tiempo parecía pasar de forma eterna, pensé una y otra vez que debía hacer. Habían pasado 2 años sin saber nada de ella, y allí estaba, justamente en la casa de al frente.
¿Cómo era posible que ella esté ahí?, las preguntas y las dudas empezaron a recorrer mi cabeza, pensé en todas las cosas que quería decirle, aunque no sabía siquiera si acercarme. Las respiraciones agitadas se manifestaron, mientras como por inercia mi cuerpo se dirigía hacia la casa, en cada paso que daba mi mente reconstruía imágenes por momento, borrosas y en otros claras de todo lo sucedido.

Yo pensaba que aún seguía amando de una forma especial a Sofia, pero sólo hoy al verla después de tanto tiempo, me doy cuenta que dicho sentimiento es mucho más fuerte de lo que siquiera podía imaginar, la amaba como la primera vez.
Mi cuerpo se encontraba perplejo y ansioso como nunca antes me había sentido, ella estaba ahí al otro lado, y en unos segundos la miraría a los ojos, y me vería luego de todo lo vivido.

El timbre de la casa suena, se escuchan pasos del otro lado mientras la puerta rechina y
comienza a abrirse lentamente.

lunes, 11 de julio de 2011

Intrucciones para fumar un cigarro.



Gracias a ti Cortázar.

El fumar correctamente involucra una serie de movimientos, que no siempre son secuenciales, pero deben tener en común el exquisito placer de disfrutar cada pitada.
Saque el cigarro de la cajetilla, lentamente y observándolo como si este fuera el último, dele vuelta como imaginando que nunca más verá uno igual. Llévelo a su boca y siéntalo un instante, como si se estuviera volviendo parte de si mismo. Con su mano más hábil sostenga un encendedor, en el caso de ser fósforos utilice la misma dinámica, y con ambas manos, lo fundamental aquí es que con la mano menos ocupada haga una especie de protección, una barrera para que ningún viento arruine este mágico ritual.
No sienta miedo del fuego, sienta el calor en sus manos, disfrute del regocijo del pequeño sonido con que las llamas consumen la primera pitada.

Las primeras veces, para cada cosa, suelen ser especiales, aspire un poco más de lo que está acostumbrado a hacer en cada pitada, sintiendo el humo de la nicotina entrando en su cuerpo, complaciendo la ansiedad y acelerando sus sentidos. Sentirá usted un ligero relajo que se siente como si un nudo dentro de su pecho se estuviera soltando, y paradójicamente sentirá luego una sensación de actividad que se manifiesta como una leve suspensión del suelo.
Sienta cada pitada, disfrute del goce de el humo entrando en su cuerpo, y si quiere romper la monotonía, sáquelo de su boca a velocidades e intervalos de tiempo distintos, con la nariz o por la boca, siempre variando, siempre disfrutándolo.

Si usted se encuentra triste, sentirá más dulce el gusto de coger el cigarrillo, realice la misma secuencia, con la única variable de que al encenderlo su mirada se encuentre perdida como esperando algo, como no encontrando nada, y en cada pitada piense en eso que lo deprime y sienta en el cigarro ese perfecto acompañante.

Si es que usted estuviese embargado por una felicidad completa, le recomiendo querido lector abandonar ese cigarro y disfrutar plenamente de dicha felicidad.