jueves, 28 de julio de 2011

Mudanza.



Cajas selladas, cuadros y muebles rodeando por todas partes, un jardín amplio que daba a la calle, más adelante una espaciosa y bonita casa de color azul con una pequeña entrada donde uno podría sentarse a mirar a las personas y autos pasar.
Habían pasado 8 meses desde la última pequeña visita a Perú, esta vez ya no era una corta estadía, era un nuevo comienzo.
Atrás quedaron los cambiantes climas de Madrid, ciudad en la que por más de 5 años logré sonreír como nunca en la vida imaginé.
Pero esa ya era una parte que estaba muy lejana de mi, no sólo por distancia, sino por el agregado que ya no eran tiempos tan felices.

Bajé del camión de mudanza mientras los dos pequeños hombres de dicho servicio cargaban los muebles, mi silla favorita, esa de la que yo pensaba salía la inspiración de cada escrito, se encontraba puesta en el jardín, que la verdad estaba hecho un desastre, el descuido me hacía pensar que probablemente mi nuevo hogar había sido habitado por esas ancianas llenas de gatos, que siempre tienen un ojo de vidrio y algo negro de atuendo.
Caminé despacio observando los alrededores, eran ya las 8 de la noche, me senté en la silla de terciopelo color negro y entonces los recuerdos volvieron por si solos.

Fue a los 18 que con dos maletas cargadas de sueños y esperanzas me aventuré con una beca de la universidad a perseguir esa meta de algún día lograr ser escritor.

Al llegar, mis compañeros de cuarto se convertirían en mis mejores amigos por todo ese periodo madrileño, Sebastian y Rodrigo. El primero un argentino que dejó un prospero negocio familiar por el puro deseo de conocer el mundo y el segundo un peruano con ganas de demostrar que los colores de un cuadro suyo podían ser capaces de matizar cualquier tristeza y transportarnos, por al menos un segundo, a un lugar mucho mejor.

El primer año pasó como volando, conseguí un trabajo como columnista en un periódico de la ciudad y por esos tiempos en mi vida empezó a construirse el capítulo más importante de aquella historia, un capítulo llamado Sofía.

La primera vez que fui a un bar en Madrid, fue lógicamente con Sebastian y Rodrigo, quienes ya tenían un par de meses más que yo, y conocían bien la juerga y el movimiento de la ciudad. Fuimos al Monteprado, un lugar en donde por unos pocos euros podías sentarte a escuchar presentaciones en vivo de trovadores y músicos de la ciudad.
En ese momento se escuchaban canciones de Sabina, era un tipo gordo de barba el que cantaba, desafinadamente pero con sentimiento.
Nos sentamos cerca a la barra y pedimos algunas cervezas para aliviar esa presión inicial en los hombros que se siente al estar en ese tipo de lugares.
Se pasaban las horas, conversando desde política hasta amor, el alcohol empezaba a sacar carcajadas más sonoras.

Alrededor de la medianoche, se subió al escenario una chica, de cabello castaño y ojos color miel, con una guitarra y una sonrisa que en ese momento parecía querer detenerlo todo. Se le notaba algo nerviosa y disimulaba mostrando control sobre la situación, siempre manteniendo la sonrisa en eterno contraste con esa mirada que parecía dosificar la sensación de alcohol en mi cuerpo.

Empezó con la guitarra, con sus pequeñas manos a sacar acordes y melodías, luego comenzó a entonar una canción de Mercedes Sosa, fue un momento que hasta ahora es capaz de hacerme cerrar los ojos y sacarme una sonrisa, su voz empezó a recorrer todo el espacio, dejé de conversar con mis amigos, y por aquel largo instante, el sonido se apoderó de mi. No era la persona que mejor cantaba, pero era la persona que mejor me había encantado, en un instante mágico, como un recuerdo que avanza lento.
Cuando terminó de cantar no pude evitar ponerme aplaudir mientras con una enorme sonrisa buscaba alguna forma de cruzar miradas, luego me percaté que nadie más estaba aplaudiendo tan fuerte, por lo que la chica fijó su mirada en aquel sujeto raro, que aplaudía de forma exagerada, me miró y entonces devolvió una sonrisa de forma curiosa. Ese fue el momento en el que completamente avergonzado, me senté raudamente y no me digné siquiera a mirarla de nuevo.

Sebastian con su dejo tan argentino, empezó a burlarse e imitar la cara de idiota que debo haber tenido en ese momento, mientras Rodrigo, que siempre conseguía estar acompañado, tomaba otra cerveza junto a una chica pelirroja bastante atractiva.

Nos fuimos cuando dieron las 2 de la mañana, y en todo ese lapso de tiempo, en la caminata desde el bar hasta la pensión, no pude evitar las imágenes en mi cabeza sobre la chica del bar, me ponía alegre con el sólo hecho de haberla visto cantar, y de saber que probablemente algún día después de aplaudir fuertemente y como un loco, podría acercarme a decirle lo linda que era. Era una sensación única sentir esa pequeña ilusión inicial que baila en todo el cuerpo, que te emociona y te hace proyectarte hacia situaciones y circunstancias futuras, que probablemente no sucedan, pero aún así logran darle vida a la vida.
Llegamos, algo ebrios, pero llegamos, Rodrigo entró a su cuarto acompañado de Betzy o Letzy, un nombre de esos raros que uno nunca recordará de todas formas, cerró la puerta y supimos que dormir bien y en silencio, sería complicado.

-¿Che para seguís con esa cara de cojudo por la mina del bar?- preguntó Sebastian mientras se ponía su pijama.
- Y sí, no puedo Sebas, me ha dejado una sensación de querer volver a verla-
-Y bueno loco, vas a ver como la vida te da un segundo round, la vida está llena de esas oportunidades, espera que tengas una y aprovéchala boludo- Sentenció, mientras cerraba la puerta de su habitación.

Entré a mi habitación y para disipar un poco la bulla ocasionada por Letzy, Betzy o Tracy, puse un disco de Trova, y me recosté a fumar un cigarro, en lo que se consumía el cigarro y lo que terminaba la canción, la chica del bar, junto con su sonrisa, volvía de nuevo para apoderarse de ese último estado de semiinconsciencia antes de dormir, y qué increíble era poder al menos imaginar, que la música de la habitación provenía de ella.

Domingo, un día de mierda, donde si no te mantienes ocupado, por alguna razón, la nostalgia es un sentimiento latente en todo ese día. Por eso cada domingo me levantaba temprano y salía al parque Sol del Ave, donde al promediar las 4 de la tarde se reunían muchos pintores, y por un par de euros retrataban a las parejas que visitaban el lugar. Prendía un cigarro acompañado de un buen libro, y entonces el día era menos lento. Todo hubiera sido cotidiano sino hubiese sido porque en Madrid cuando llueve, llueve de verdad, no eran las lluvias de Lima que máximo podían refrescar la cara, esta lluvia te empapaba todo. Tuve que coger el libro y buscar donde refugiarme hasta que la lluvia pare al menos un poco. Encontré una precisa y solitaria banquita de para de autobús como para descansar de la terrible lluvia, no pasarían los buses porque por esa zona habían cercado la calle por un evento benéfico.

A los 5 minutos se sentó una persona con un paraguas, mientras en mi mente transitaba la idea de por qué carajo alguien tenía un paraguas y se sentaba en un lugar donde no pasaría ni un puto bus y en plena lluvia semitorrencial, cuando yo realmente me moría por tener uno. Prendí un cigarro más, mientras me abrigaba las manos con el calor del encendedor. Una voz suave y de mujer se hizo presente en medio de la lluvia.

- Si me invitas un cigarro, te presto este paraguas- mencionó la voz en un tono sincero pero gracioso.
-Toma este, es el último, y quédate con el paraguas, yo todavía tengo para esperar hasta que la lluvia pare, y no creo que te convenga dejar el paraguas- respondí esbozando una ligera sonrisa.
-Bueno si esa es la condición me quedo aquí hasta que se acabe el último cigarro- dijo risueña la mujer, mientras se sacaba la enorme capucha.
Incluso hoy, recuerdo lo que sentí al verla, una mezcla de susto y de emoción, un sentimiento intermedio entre vértigo y recién despertar; era la chica del bar, esa que días atrás me había sacado más de un suspiro, más de un pensamiento.

-Mi nombre es Sofía- expresó, mientras el humo del cigarro dibujaba formas delante de mí.
El cigarro se acabó a los 5 minutos, y la lluvia paró a los 10, pero por alguna razón estuvimos durante un par de horas conversando. Era una chica sencilla, que buscaba ver el mejor lado de la vida, con un corazón enorme y una sonrisa más grande aún, era peruana, había viajado a los 15 años para estudiar canto en distintas ciudades de Europa, ahora se dedicaba a cantar cuando podía, mientras estudiaba diseño de interiores en un instituto de Madrid. Por alguna razón parecía que ninguno quería hablar mucho de Perú, todo lo que conversábamos era sobre música, su color preferido que era el morado, escritores, nosotros o la forma como ambos veíamos la vida, el amor, el aprender cada día y la búsqueda de la felicidad. Incluso en estos días, recuerdo esa sensación mágica de sentir cómo en una conversación puedes sentir tantas cosas por una persona, como alguien en un segundo es capaz de sorprenderte, sin quererlo, sin buscarlo.

Caminamos un par de cuadras hasta que llegamos a donde vivía, era en un barrio llamado Colonia Marconi, el lugar donde paramos parecía una casona remodelada, de color verde. Le mencioné que vivía a 15 calles, a lo que sonrió y dijo que entonces las circunstancias de la vida nos habían hecho cruzarnos.
- Es el segundo round- le contesté y sonreí, mientras ella no entendía bien lo que decía, pero por ser como era igual mostraba una sonrisa y a cada una era distinta a la otra, pero siempre especial.
-Te veo hasta que la circunstancia nos vuelva a juntar, entonces- dijo de forma coqueta, mientras hacía malabares con sus llaves y caminaba hacia la puerta.
-Espero que la vida entonces sea como las mejores canciones, al principio salen de la nada, pero luego entiendes porqué salen- Respondí en un falso intento por parecer ocurrente o inteligente. – Puta madre, la cagué, pensé en mi mente.
-Las mejores canciones, son aquellas que generalmente hablan de cosas como las de hoy- dijo Sofia terminando la conversación.

Entró con esa sonrisa enorme, y cerró la puerta lentamente.
Durante esas 15 calles, me la pasé como un imbécil cantando canciones que no existían, y que de forma cursi siempre tenían la palabra Sofía.
Un día que recuerdo de manera sumamente especial fue un Viernes de Junio, al promediar las 10 de la noche en el bar Monteprado, había pasado 2 semanas desde la última y también primera conversación con Sofía, no estaba seguro de si ese día cantaría, pero pensaba jugarme todo por verla, esta vez fui solo.
Me senté en la iluminada barra de madera, pedí dos cervezas, y disfruté de la música por una hora en la que se consumieron los cigarros restantes de la cajetilla del día anterior.
De pronto sentí como por instinto que alguien estaba observando mis movimientos, al voltear vi a Sofía más linda que nunca sonreía radiante como siempre, esta vez estaba algo maquillada, con un vestido negro lo suficientemente corto como para estar entre los límites de la sensualidad y el misterio. Se acercó pausada como dibujando la escena de a pocos, sin borrar la sonrisa, caminando de forma coqueta, me dio un beso en la mejilla y se sentó sin decir más.

-Esta preciosa hoy- le dije mirándola fijamente.
-Tú tampoco te ves mal hoy, ¿te haz arreglado para venir a verme?- preguntó, sin dejar de mirarme fijamente.
-Lo hubiera hecho, si hubiera sabido que venías, por cierto, ¿hoy día cantas?-
-No, la verdad que vine a celebrar con unos amigos, pero me estoy aburriendo como no tienes idea- exclamó mientras hacía un puchero de tristeza.
-No prometo nada, pero si te quedas conmigo hoy, intentaré no aburrirte-

Conversamos con unas cervezas durante un par más de horas, y a medida que iba pasando el tiempo, era inevitable pensar en lo increíble que era, me costaba creer como alguien podía ser capaz de deslumbrarme a cada instante, sin que eso fuese algo voluntario, era auténtica y no tenía miedo de mostrarse como era, y algo que siempre recuerdo, es que podía ser quien era, sin tener que siquiera moldear un poco ni una palabra, ni una acción, eso es algo que muy pocas personas podían lograr, y ella lo hacía mejor que nadie.

Al promediar las 2 de la mañana me cogió de la mano y me llevó a bailar. Nunca en mi vida había bailado una canción lenta, pero desde que sentí sus brazos sobre mi cuello y puse los míos sobre su cintura el asunto se hizo mucho más sencillo. Durante esas 4 o 5 canciones no hablamos de nada, pero nos quedamos mirándonos fijamente. Recuerdo que en mi mente pensaba en todo lo que quería decirle, o en qué debía hacer para lograr que ese momento fuera perfecto, y sin forzarlo, fue mucho mejor que eso.

Aún recuerdo ese primer beso; sin pensar en ninguna consecuencia y obedeciendo al espíritu que gritaba dentro de mi pecho, me acerqué lentamente y la besé entre la mejilla derecha y su boca, me alejé sólo un poco, con una ligera sonrisa y lentamente con miedo al rechazo, me aventuré al instante a un segundo intento esta vez más cercano, y cuando menos lo esperaba, ella buscó acercarse de la misma manera, coincidimos y nos acercamos a la misma vez, y fue entonces que supe sería inevitable sentir que definitivamente ese era el último beso que quería recibir, esa emoción que se manifestaba como un ligero temblor en mi cuerpo, esa sensación del momento perfecto había llegado. Parecía haber durado más de lo que duró, cuando nos alejamos nos sonreímos en medio de la pista. Después de unos minutos de seguir bailando me tomó de la mano y me pidió que la lleve a su casa, antes de salir del bar me dio un beso mientras sus pequeñas manos acariciaban mi rostro como queriendo abrigarlo del f rió, la abrasé fuerte y empezamos a caminar.
Durante el camino nos mantuvimos en silencio, y por momentos ambos mirábamos de reojo al otro, como un juego que en todo el camino nos hizo sonreír. Al llegar a su casa conversamos unos minutos.

-Gracias por esta noche- dijo Sofía sonriendo, mientras me abrazaba.
-Gracias a ti por haberme hecho sonreír, como hace mucho no sonreía- luego de haber dicho eso nos besamos, y nos prometimos vernos el domingo en el parque cercano al lugar en donde nos conocimos.

En todo el camino lo único que quería era llegar lo más rápido posible, dormir y que el tiempo pase lo más rápido posible, todo con la intención de verla, de abrazarla, de hacerla reír, y ver esa sonrisa que podía ser capaz de ponerme nervioso de una manera inexplicable, placentera y tan especial.

Llegó el Domingo, nos encontramos en el centro del parque cuando dieron las 2 de la tarde. La vi llegar de lejos, con un vestido blanco de flores amarillas y un ganchito que amarraba su castaño cabello, el intenso pero agradable sol hacía juego con su andar como un resplandor que lo detenía todo a su paso. Caminamos por todo el parque hablando de mil cosas distintas, con Sofia los temas de conversación salían sin el mayor esfuerzo, siendo algo importante o alguna tontería dicha por alguno de los dos, siempre era asombrosa la paz que adquiría a su lado.
Comimos helados hasta que no pudimos movernos, luego me pidió que vayamos a la pensión. Tomamos un autobús, al llegar le advertí que no se sorprendiera del humor negro y sarcástico que Sebas, como todo argentino, tenía, ni tampoco de lo raro que podía ser Rodrigo en ciertas ocasiones, sobre todo cuando se encerraba a pintar.
Subimos las escaleras, paso a paso. Al llegar Sebastian se encontraba viendo televisión, aún no les había contado lo del viernes, cuando la vio empezó a reír,
- Che ya vez que el segundo round existe, ahora seguro te encierras se viene el tercero y me jodes la película que está re buena- exclamó riendo, mientras se incorporaba para saludarla.
-Tranquilo Sebas, vine a ver la película también- le respondí mientras sonreía y abrazaba a Sofia.

Esa tarde, hicimos una maratón de películas de Woody Allen, entre risas, mi mente se detenía a ver a Sofia, observando la dulce manera con la que interactuaba con Rodrigo y Sebastian, para ella el mundo era un lugar cómodo lleno de felicidad, no le costaba nada ser quien era realmente, era ella misma en cada cosa y en cada instante, y eso precisamente es lo que la hacía más especial todavía.

Al promediar las 9 de la noche, Sebastian se fue a dormir porque al día siguiente debía salir a Barcelona a encontrarse con un familiar suyo. A los 10 minutos Rodrigo se encerró en su cuarto a pintar, sumergido en el olor de los acrílicos y las acuarelas.
Cada vez que recuerdo esa noche, lejos de sentir nostalgia, siento felicidad, porque fue el momento en el que realmente comprendí lo que era hacer el amor.
Era algo tarde, y Sofia quiso quedarse a dormir, sobre todo porque al día siguiente era feriado y ninguno tenía mejor plan, a las 11 nos dirigimos hacia mi habitación, las piernas me temblaban, y si no fuera por las cervezas que tenía en ambas manos, estoy seguro estas hubieran hecho una ligera y quizás imperceptible manifestación húmeda de nerviosismo, nos echamos sobre la cama, puse un disco de trova que a ambos nos gustaba, tomamos las cervezas acompañadas de los infaltables cigarros. Ella jugaba con sus manos acariciando mi cabello, mientras yo de forma tierna buscaba hacer lo mismo, recorriendo cada parte, desde su oreja hasta sus labios, en un movimiento que en ese momento se sentía como el más cálido instante.

Empezamos a recordar como de forma tan inusitada nos conocimos, como si la vida, por si sola con un accionar tan preciso e inexplicable, hubiese generado cada una de las circunstancias para que ella hoy esté aquí y para que yo pueda hacerla feliz con cada ocurrencia mía, ella decía que el poder sonreír era un milagro que debía buscarse todos los días, y yo creía que el verla reír era el verdadero milagro, siempre que lo conseguía sus ojos se hacían más pequeños acompañada de una risita suave e inocente la cual contrastaba con el suave color rojizo que adquiría su rostro cuando dicha risa era más fuerte.

Comenzamos a besarnos, por momentos de forma lenta y en otros como si ese fuera el último beso, mientras nuestras manos se perdían en el vaivén de la pasión, las respiraciones agitadas empezaron a manifestarse mientras la ropa caía a los lados de la cama, acomodé un brazo por detrás de su cabeza sintiendo así el calor de su cuerpo, el cual en ese instante se sentía como un fuego que abrigaba cada parte de mi, desnudos en la cama y extasiados por el momento, el tiempo pasó de forma lenta, mientras nos perdíamos entre la oscuridad del cuarto y la privacidad de las sábanas blancas.

Esa noche comprendí que hacer el amor es una palabra que involucra y abarca todos los sentimientos buenos que podamos sentir, desde lo más sublimes hasta los más intensos. Cuando el cansancio se apoderó de nuestros cuerpos le di un beso en la frente, mientras ella con los ojos cerrados se acurrucaba entre mi cuello y mi pecho. Sofia ya se encontraba durmiendo, mientras yo sin aún poder conciliar el sueño, jugaba con sus mechones castaños, en ese momento realmente fui feliz como nunca lo había sido, como siempre lo quise ser.
Amanecimos abrazados de costado, lo primero que hizo al levantarse fue darme un beso en la nariz para luego bajar hasta mis labios.

-Hoy día vas a ver lo espantosa que se ve una mujer al levantarse- dijo riendo mientras rodeaba sus brazos sobre mi cuerpo.
-Hoy va ser el día en que tenga la suerte de amanecer con la mujer más preciosa de todo Madrid, y también hoy será el día en que veas la cara de tarado que tiene quien te mira despertar- respondí mientras besándola recorría desde su cuello hasta sus labios, como queriendo dejar huella en cada parte de ella.

Nos levantamos, y me apresuré en bañarme mientras ella preparaba el desayuno, Sebastian y Rodrigo no se encontraban en la casa. Al salir de la ducha ella entró inmediatamente a bañarse. Al terminar de comer ordenamos la casa, en ese momento escuchábamos algo de los Cafres y Bob Marley, me perdía en la acción de verla limpiar entonando cada canción con esa vocecita tan incontrastable que tenía, porque cuando Sofia cantaba cerraba los ojos mientras sonreía como perdiéndose en los versos, dejando que su imaginación vuele en cada melodía.
En la tarde salimos a una galería de arte urbano la cual nos había recomendado Rodrigo. Recuerdo que antes de entrar la tomé de la mano la acerqué a mi y fue el momento más importante de este capítulo llamado Sofia.
Le pedí que sea mi novia, y que se quede conmigo por siempre, que me deje ser quien la haga sonreír cada día, y que me permita ser a su lado el hombre más feliz. Sonrió y mientras me abrazaba me susurró al oído –Hoy y todos los días-. Entramos a la galería y ese fue el inicio de la historia.

Estuvimos juntos por casi 3 años, y fueron los mejores años de mi vida, hasta ahora, no sólo por la inmensa felicidad que me acompañó por todo ese periodo, sino porque aprendí de Sofia la importancia de mejorar y ser la mejor versión de uno mismo todos los días.
Tuvimos diferencias y discusiones, y hoy al recordar como nos alejamos me doy cuenta de la necedad y la soberbia que en esos años llevaba conmigo, el buscar tener la razón en cada tema y en cada cosa, era aún muy inmaduro para comprenderlo, hoy después de años entiendo que la vida nos enseña a mejorar, y sólo tras los golpes más duros se es capaz de aprender de verdad y de ser esa mejor versión de uno mismo.

Noviembre, era mi tercer año en Madrid. Pactamos con Sofia que la recogería de su casa a las 5 de la tarde. Salí de la pensión, llovía mucho esa tarde, con paraguas en mano caminé las 15 cuadras que separaban nuestros hogares.
Sentía ansiedad por llegar, puesto que Sofia me había mencionado por teléfono que debíamos de hablar de algo muy importante, en ese momento me sentía nervioso por alguna extraña razón, y quería llegar lo antes posible para saber que era eso tan importante.
Al llegar nos abrazamos y nos dimos un beso.
-Amor, ¿de qué quieres que conversemos, qué es eso tan importante?- le pregunté en el zaguán de su casa.
-Aquí no, prefiero que salgamos a conversar, aunque este lloviendo mucho, cada vez que llueve me acuerdo como nos conocimos y sé que será un buen día- respondió esbozando una dulce sonrisa.
Salimos y nos dirigimos a una banquita de autobús, no era la misma donde nos conocimos, pero igual nos protegía de la lluvia.

Al promediar las 6 de la noche Sofia me contó que tenía que irse a Milán a seguir un curso de canto de 1 año, que había conseguido una audición con una disquera importante, y le habían ofrecido un trabajo como diseñadora de interiores de una empresa bastante prestigiosa. Me pidió que me valla con ella, que nos mudemos a Milán, que comencemos otra historia juntos.
Yo me moría de ganas de decirle que quería acompañarla en su sueño, todavía debía terminar de estudiar la beca que tenía y no podía moverme de Madrid, pero en realidad el motivo principal era porque me daba miedo el irme a otro lugar y comenzar de cero, el dejar a mis amigos, el trabajo y todas las cosas que había pasado en esta ciudad durante esos 3 años. Sofia no entendía lo importante que era para mí el quedarme, y yo no entendía lo importante que era para ella el irse.
Le dije que no podía acompañarla, que me encantaría pero que debía quedarme en Madrid, que era un cambio demasiado abrupto. Esa noche peleamos como nunca habíamos peleado. Finalmente ella me dijo que no quería irse sino era conmigo, que la felicidad que la embargaba por la gran noticia era porque sentía que ambos podíamos vivir en Milán y que esto sería increíble. Le pedí que se fuera, que no podía permitirse desaprovechar una oportunidad así, y que ese era su destino, y el mío quedarme. Traté de ser lo más frío y egoísta posible, nunca me hubiera perdonado que se quede, ella era lo más importante en mi vida, y por lo mismo siempre quise lo mejor para ella.
Se marchó entre la lluvia molesta, pero sobretodo triste, entre sus pensamientos rondaba la idea de que el amor que sentía por ella no era lo suficientemente fuerte como para aventurarme y acompañarla.

Su viaje era en 1 semana, en días como estos todavía, aún no me perdono el no haberla buscado ni haberla llamado, nunca le contesté el celular y por toda esa semana viajé a Barcelona en un congreso que había conseguido en el trabajo, en aquellos años, consideré que fue lo mejor,
Eso la lastimó, algo en ella se quebró, sin que yo pudiera hacer más que ver como se derrumbaba lo mejor que había construido, nunca entendí los motivos que me hicieron alejarla de mi vida.
Las personas a veces lastimamos lo que más queremos y somos capaces, sin quererlo, de ocasionar daños irreparables. Me equivoqué en muchas facetas de nuestra relación, pero algo que jamás deje de hacer es amarla todos los días, con las propias imperfecciones de ese sentimiento, que nunca pensé sentir con tal intensidad.

Así pasó el cuarto año en Madrid, y el primero sin Sofia, esquivando su recuerdo, manteniendo mi mente ocupada en mil cosas, con tal de no evocarla.
Cuando Sofia se marchó, algo en mi cambió, sólo así fui capaz de comprender todos los errores que de alguna u otra forma me impidieron ser y dar lo mejor de mi, porque pese a que se fue, dejó algo para siempre, el querer ser cada día alguien mejor.
En esos 2 años que me restaron en Madrid, nunca hubo un día en que no me pregunte si ella estaba bien, y cada día que pasaba me rodeaba una sensación de angustia y desesperación, pese a eso nunca la busqué. Cada día que pasaba lo único que hacía era mirar al cielo y pedirle a cualquier ente superior, que la cuide, que ella este bien y que cada día que pase sonriera más, eso era lo que realmente quería.

El último año en Madrid fue triste, me tuve que despedir de Sebastian y Rodrigo, dos personas que se habían vuelto como mis hermanos. Pero yo debía volver a Perú, había conseguido un muy buen trabajo como profesor de letras en una prestigiosa universidad. Otra de las razones, y quizás la más importante, era porque todo me hacía recordar a Sofia, y yo tenía claro que después de tanto tiempo no podía buscarla, aunque esto fuese lo que realmente me moría por hacer.

La última noche en Madrid, fui con Sebastian y Rodrigo al bar Monteprado, era mi despedida y debía ser un día feliz, y de cierta forma lo era, por 5 años había iniciado una aventura que hoy terminaba, un capítulo que marcó mi vida donde logré algo que hoy me es difícil pensar que volveré a conseguir; Amar, amar como nunca pensé.
Y hoy, sentado en la silla de terciopelo negro, en medio del jardín, Sofia volvía nuevamente, como tantas veces lo había hecho ya, pero hoy era distinto, hoy recordé cada paso y cada huella.
Los hombres de la mudanza habían terminado ya con las gestiones respectivas, cancelé el servicio, y mientras el camión se iba de la acera prendí un cigarro.
Observé por unos minutos el vecindario, era una calle bastante bonita rodeada de casas y un pequeño parque con unas banquitas.

En ese lapso, pensé que esta era una nueva aventura, un capítulo que comenzaba a escribirse.
Me llamó la atención de manera particular la casa que estaba frente al parque, era una casa con muchos colores. A través de la ventana se apreciaba una pequeña chimenea y una silla de terciopelo bastante parecida a la mía, salvo que esta era de color marrón. Por la ventana se veía a una mujer hablando por teléfono.
El cigarro se me escapó de las manos y cayó lentamente al suelo, mientras mi mente procesaba lo que veían mis ojos, aquella mujer que hablaba por teléfono era un rostro conocido, mi cuerpo empezó a temblar, sentía espasmos como si mi corazón quisiera salirse de mi pecho, cada latido iba aumentando, mientras mi vista se perdía en aquella mujer, era Sofia. Fueron 10 minutos en los cuales estuve atónito sin saber cómo reaccionar, el tiempo parecía pasar de forma eterna, pensé una y otra vez que debía hacer. Habían pasado 2 años sin saber nada de ella, y allí estaba, justamente en la casa de al frente.
¿Cómo era posible que ella esté ahí?, las preguntas y las dudas empezaron a recorrer mi cabeza, pensé en todas las cosas que quería decirle, aunque no sabía siquiera si acercarme. Las respiraciones agitadas se manifestaron, mientras como por inercia mi cuerpo se dirigía hacia la casa, en cada paso que daba mi mente reconstruía imágenes por momento, borrosas y en otros claras de todo lo sucedido.

Yo pensaba que aún seguía amando de una forma especial a Sofia, pero sólo hoy al verla después de tanto tiempo, me doy cuenta que dicho sentimiento es mucho más fuerte de lo que siquiera podía imaginar, la amaba como la primera vez.
Mi cuerpo se encontraba perplejo y ansioso como nunca antes me había sentido, ella estaba ahí al otro lado, y en unos segundos la miraría a los ojos, y me vería luego de todo lo vivido.

El timbre de la casa suena, se escuchan pasos del otro lado mientras la puerta rechina y
comienza a abrirse lentamente.

lunes, 11 de julio de 2011

Intrucciones para fumar un cigarro.



Gracias a ti Cortázar.

El fumar correctamente involucra una serie de movimientos, que no siempre son secuenciales, pero deben tener en común el exquisito placer de disfrutar cada pitada.
Saque el cigarro de la cajetilla, lentamente y observándolo como si este fuera el último, dele vuelta como imaginando que nunca más verá uno igual. Llévelo a su boca y siéntalo un instante, como si se estuviera volviendo parte de si mismo. Con su mano más hábil sostenga un encendedor, en el caso de ser fósforos utilice la misma dinámica, y con ambas manos, lo fundamental aquí es que con la mano menos ocupada haga una especie de protección, una barrera para que ningún viento arruine este mágico ritual.
No sienta miedo del fuego, sienta el calor en sus manos, disfrute del regocijo del pequeño sonido con que las llamas consumen la primera pitada.

Las primeras veces, para cada cosa, suelen ser especiales, aspire un poco más de lo que está acostumbrado a hacer en cada pitada, sintiendo el humo de la nicotina entrando en su cuerpo, complaciendo la ansiedad y acelerando sus sentidos. Sentirá usted un ligero relajo que se siente como si un nudo dentro de su pecho se estuviera soltando, y paradójicamente sentirá luego una sensación de actividad que se manifiesta como una leve suspensión del suelo.
Sienta cada pitada, disfrute del goce de el humo entrando en su cuerpo, y si quiere romper la monotonía, sáquelo de su boca a velocidades e intervalos de tiempo distintos, con la nariz o por la boca, siempre variando, siempre disfrutándolo.

Si usted se encuentra triste, sentirá más dulce el gusto de coger el cigarrillo, realice la misma secuencia, con la única variable de que al encenderlo su mirada se encuentre perdida como esperando algo, como no encontrando nada, y en cada pitada piense en eso que lo deprime y sienta en el cigarro ese perfecto acompañante.

Si es que usted estuviese embargado por una felicidad completa, le recomiendo querido lector abandonar ese cigarro y disfrutar plenamente de dicha felicidad.

jueves, 3 de febrero de 2011

Lapsus de románticismo 1.



Sábado, 7 pm. Gsv.




Previniendo que podía suceder lo temido, antes de salir había guardado su teléfono celular, del cual ya no soportaba ese maldito sonidito que, para bien o para mal, avisaba si es que alguien necesitaba hablarle. Depositó el maldito aparatito en el único cajón del clóset que tenía cerradura, y había puesto la llave en un lugar, que calculaba, a su regreso tendría que ser inalcanzable e irrecordable.

Volvió a las 4:30 de la mañana totalmente borracho y con la mente en blanco, en un estado de asepsia emocional que contrastaba con una manera bastante común, pero también peculiar, de tambalearse frente al ascensor del edificio. Las puertas se abrieron, y en simultáneo por un par de casi eternos segundos, cerró los ojos.

Espejos; al frente a la derecha y a la izquierda. Se sonrió a sí mismo, apretó el botón, miró el reflejo de su nuca, cerró los ojos sintiendo como su cuerpo se elevaba por el accionar del ascensor.
El ascensor se detuvo en el último piso, el quinto, las puertas se abrieron, y en simultaneo, abrió sus ojos, había llegado.
Salió raudo rumbo a su puerta, fastidiado por la densidad que el silencio siempre adquiría a esa hora, con o sin alcohol, estaba condenado a sufrirlo cada madrugada, quizás por eso, es que abría y cerraba los ojos de esa manera, quizás eran síntomas de unas ganas desesperadas de que todo cambie, en dicho abrir y cerrar de ojos.

Se demoró en encajar la llave en la puerta y cuando después de varios minutos, carcajadas y cigarrillos, logró entrar se golpeó con el umbral de la misma, Au, dijo.

Ese Au era el único sonido que lo había acompañado durante las últimas dos horas. De la fiesta se escabulló aprovechado que todos estaban distraídos con el hallazgo, en uno de los baños, de una chica inconsciente encharcada en vodka, Tampico, ácido gástrico y piqueitos diversos.

No se despidió de nadie y nadie tuvo tiempo de despedirse de él, daba igual, él ya no lo recordaría hasta muchos días después. Recordó la última conversación que tuvo, fue con Claudia quién se le acercó durante su vaso número trece de whisky, interrumpiendo su ritual de envenenamiento etílico. Tratando de parecer divertida le preguntó:

-¿Por qué estas tomando tanto ah?, soltando una leve risita más desesperante que el silencio mismo.

-Ah, Claudia, Claudita- contestó él-. Tomo para olvidar.

-¿Para olvidar qué?
Él sonrió.-Ya no me acuerdo.

Claudia soltó otra risita y se sentó a su lado, Cruzó las piernas con más elegancia que sensualidad, se recogió el cabello sobre un hombro, mientras él la miraba y apuró un sorbo largo, cerrando los ojos.

Claudia siempre andaba sonriendo, era una buena chica, estaba casi sobria, era bonita, y por alguna extraña razón había cruzado la sala para sentarse a su lado. Sin embargo a él el pensamiento se le iba a otro instante, a otra voz, a otro día; se le fragmentaba en pequeños episodios que reaparecían en simultáneo y en blanco y negro dentro de su cabeza, y que, para bien o para mal, siempre terminaban con una pregunta en el aire, imposible de responder, a veces hasta imposible de formular.
Pensó: Mierda, ya me acordé otra vez. Tengo que hacer algo.
Y así escapando de esos recuerdos que al menos por esa noche quiso borrar, empezaba a existir el vaso número catorce.
Claudita en un tono de voz particular le pidió que le sirviera también.

El dueño de la casa se encontraba pegando la oreja a la puerta del baño, tratando de girar la manija, que lógicamente estaba cerrada.Claudia da el último sorbo a su vaso e insiste; -¿ No me vas a servir?- mirando la bendita botella de whisky con ganas, y luego dirigiendo ese par de ojos miel hacia él.

-Claudita, pero tú nunca tomas whisky, respondió buscando ser cortante.


-No, pero quiero tomar contigo, ¿está mal, no puedo?.

El anfitrión volvió al baño con la llave. Todos en la fiesta siguen en lo suyo.

Claudia ríe lo mira, y dice; Salud por lo que se nos olvida y por la memoria selectiva.


-Salud, dice él tratando de evitar sentir ternura por esa chica que sin quererlo, no podía reemplazar a nadie, pero parecía querer hacerse un lugar.

Mientras los vasos del Salud chocaban se oye un gritito, todos voltean, alguien baja la música y el silencio reina. La que había gritado era la amiga de la desmayada, una pelirroja con mucho maquillaje, y al parecer, también mucha capacidad para el drama. La pelirroja con ambas manos en la boca y los ojos de preocupación veía a su compañera que ya un poco más lúcida, reía y decía en un tono algo alto y con una labia atropellada cosas que ni él que estaba lejos, ni el dueño de la casa que estaba a un paso entendían, se formó una multitud alrededor, mientras él le servía dos hielos más a su whisky y un poco más de dicho trago.

Prestó más atención y por un instante sintió, o creyó sentir, una voz conocida dentro del baño, la única voz que no quería escuchar, y como por instinto el sudor, la respiración agitada, los ojos más grandes que la pelirroja. En ese momento volvió a recordar. Pensó nuevamente: Mierda, ya me acordé de nuevo.

¿Y si era ella, si realmente ella era la chica llena de vodka?. En ese mismo instante Claudia también se paró y fue a ver, dejando su trago recién preparado sobre la mesa, se le veía sinceramente concentrada en el asunto y su repentino gusto por el whisky parecía tan difuminado y su trago tan intacto y reluciente.Él no pensó mucho más, no podía permitirse averiguar el misterio, prefería pensar que su mente y los ya quince vasos de whisky hacían efecto, y que probablemente dicha ilusión era la misma que de cuando en cuando se manifestaba, junto con su recuerdo.

Secó su vaso y el de Claudia, cogió su saco y salió.

Así que ahora estaba tendido sobre su cama con las luces apagadas, y todo daba vueltas.

La densidad del silencio había vuelto bajo la forma de un zumbido de color azul oscuro con ocasionales líneas rojas que bailaban en el negro de la habitación, y que con sus ojos perseguía.
Dormir era imposible, y si se quedaba demasiado tiempo sin mirar a la nada, volvería otra vez el recuerdo.
Se le ocurrió diluir el zumbido del silencio con el zumbido del televisor, puesto que fueron pocas las veces en su vida en las que pudo dormir en silencio, siempre el televisor iluminaba la habitación cuando dormía. En circunstancias como esa, cada vez que uno cambia de canal, al menos por un sublime segundo se escucha un ¡Zbumb! reparador.

Prendió la tele. Zbumb.


Su mente aún podía procesar lo que veían sus ojos, ahora escuchaba algo más que el silencio.

Reconstruyen horrendo crimen de chica asesinada por holandés, zbump, Jesucristo es la salvación deja que entre a ti y que te salve también, aleluya, zbump, la actriz que hace diez años interpretó a cómplices al rescate reaparece en la televisión mexicana con el pelo teñido de rubio y el cuerpo esbelto de una chica de diecinueve, pero mantiene la telegénica e inolvidable expresión de cojuda, zbump, el último capítulo de Alf, zbump, baba de caracol de Colombia, zbump, zbump, zbump, zbump, una pantalla negra con créditos de una película y una música orquestal propia de las películas simples norteamericanas, con predominancia de violines le llamó la atención, y por alguna razón se quedó mirando la pantalla.

Y ascendiendo lentamente y en bloque, aquel nombre, entremezclado con los nombres de otros extras en letras de color blanco. Parecía querer jalar su vista, y que sin ninguna duda él lo vea, parecía estar predestinado a leerlo, a llegar a esa hora y caer en la pantalla negra de dicho canal, condenado a creer que la chica del baño era ella, a escuchar su voz, a sentir ese melodioso poema de una sola palabra que era su nombre... qué huachafería pensó, y luego gritó;Mierda, ya me acordé otra vez. Lo dijo con una entonación ida, que él mismo escuchó desagradable y borrachosa.



Es tu nombre de lo único que quería escapar esta noche y ahora aparece ante mi en el último momento y cuando menos lo esperaba, como siempre, como nunca, como tantas veces lo había sentido ya, y ya se acerca al extremo superior de la pantalla y en unos segundos habrá desaparecido sin que yo pueda evitarlo, como tantas veces había pasado ya.

La pantalla se quedó negra por varios segundos, y en el silencio del cuarto un maldito sonidito, que él ya no soportaba empezó a alterar el bendito silencio que tampoco podía soportar.
Ese bip bip que avisaba que alguien quería hablarle.

Cerró los ojos, volvió a sudar, la respiración agitada, por momentos sentía como si algo dentro de si, justo en la boca del estómago quisiera salir, gritar, decir algo, cualquier cosa y que al abrirlos todo cambie, todo sea mejor, que ella siga donde pertenece, a su lado

.¿Será ella?,¿ habrá sido la amiga de la pelirroja?, ¿estará en el mismo estado idiotizado en el que me encuentro? , ¿Sentirá esa misma sensación?.Mierda, ahora es inevitable, gritó.

Se paró raudamente, sin calcular que el alcohol había subido mucho más, pensó durante minutos dónde había dejado la llave, puesto que ni siquiera recordaba como llegar al cajón.El bip bip insoportable cada vez sonaba más fuerte, trepó a su mesa de noche para ver si las llaves se encontraban dentro de la lámpara del techo.

Resbaló, y sintió como lentamente caía hacia su cama, no hizo mucho ruido, y el dolor en ese estado no se siente precisamente efímero. Pensó que había caído de cabeza y que había quedado inconsciente, o peor aún, y por eso todo estaba de oscuras, el silencio reinaba y ya no era tan incomodo.
Abrió los ojos y seguía en el cuarto, todo seguía igual y curiosamente la pantalla seguía negra, la sensación que se había expandido de la boca del estómago a su pecho paró y el bip bip ya no sonaba más

Se acomodó y pensó; ahora estoy aquí, sumido en la oscuridad y en la semiinconsciencia, abriendo los ojos de pronto, loco por llamarte y decirte algo, cualquier cosa que sea cierta, porque con ella no importaba que dijera o que callara. Todo podía volverse importante, toda sinrazón podía tomar sentido e incluso todo lo que ahora era amorfo, en ese entonces parecía tener forma.

La oscuridad se iba terminando y la conciencia llegaba de nuevo a él, aún en dicho estado se moría de ganas de escuchar esa voz tan incontrastable.
Pero escondí el teléfono en el clóset y sigo sin recordar donde está la llave. Felizmente.


Cerró los ojos.

sábado, 28 de agosto de 2010

El olvido de los que nos olvidan.


Me gusta ver fotos antiguas, en especial las tomadas por uno mismo. Así se como se veía la persona y como quería que la vean los otros.


Fue inevitable coger el cigarro que hace horas quería encender y no encendí por miedo a malgastarlo, si es que un cigarro puede ser todavía más malgasto, estaba separado de los otros, puesto que sólo planeaba que si fumaba, sería sólo uno y con la bendita condición de que sea antes de dormir, no antes.


Lo encendí y es porque sabía que esa frase me cambiaría la noche, me jodería la madrugada y probablemente me tendría hasta la mañana buscando otro motivo más aparte del simple hecho de escribirle algo que luego al leer, pueda traer su presencia, su aroma y todo su ser al menos por uno de esos segundos clásicos de blanco y negro y de duración eterna.

¿Como empezó?, es algo de lo que no me gusta hablar, y por ende, algo de lo que no podría escribir y no es porque me sea un tema doloroso o complicado, si no porque ahí no radica lo interesante, si no en como terminó, en como ese sábado Fabiola terminó en su quinto vaso de ron, y en como termino yo, hoy, en mi quinto cigarro encendido.


Bajó las escaleras donde tantas veces jugamos a ser niños y al instante jugábamos a ser grandes. Con lentitud, pausada, preciosa, siempre sonriendo, con su pelo suelto y ademanes de nerviosismo, porque algo que no olvidaré es que todavía podía sentirse nerviosa cada vez que nos veíamos, esa sensación de no saber que decir ni que hacer, cuando callar y cuando besar.

Me recibió con el mismo beso de siempre, pero diferente, siempre era distinto, otra cosa que no olvidaré. Salimos de su casa a la reunión de Adolfo, abrazados, de la mano, por momento sin tocarnos, pero siempre caminando juntos.

Paramos en el mismo bar en el que nos conocimos, entramos y compramos 4 cervezas. Los pericos invadían el ambiente con esa música que tanto nos gustaba.
Nos sentamos mirándonos, me encantaba mirarla, perderme en el reflejo que sus pupilas brillosas y dilatadas por el alcohol resplandecían.

Conversamos de todo y de nada, era imposible aburrirme, creía yo, podía ser yo mismo sin tener que siquiera amoldarme a alguna situación o comportamiento que a Fabiola se le ocurriera, podía ser transparente o difuso, pero igual sabía como desarmar cada barrera o como armar cada rompecabezas para saber que me sucedía o las cosas que me molestaban, otra cosa que no olvidaré.


Detuvimos respiraciones y apuramos sorbos.
Eran las 11.53 y teníamos que llegar temprano donde Adolfo.

Caminamos por algunas cuadras de barranco y luego por otras de Miraflores. A 3 cuadras de la casa de Adolfo estaba ese parque en el que nos dimos un primer beso, Fabiola insistió en ir a sentarnos unos minutos, porque quería que conversemos de algunas cosas.

Me importaba llegar a casa de Adolfo, estar ahí a las 12 para abrazarlo y saber que era mi amigo, y hacerle saber que era el mío.

Fabiola insistió como nunca la vi insistir por algo, ni siquiera cuando me negué a mudarme con ella.Por la misma razón, es que me sentí atraído por resolver el misterio de no saber que sucedía y además atraído porque era de noche y ese parquecito evocaba recuerdos que hacían que mis instintos más carnales se hicieran presentes.

Bajamos un par de cuadras hacia el parque, por todo el verde negro del suelo y por la luna que enorme parecía sentirse atraída también por dicho misterio.Nos sentamos cerca a la palmerita donde nos tomamos nuestra primera foto, la que tenía al costado de mi cama, con la intención cursi de verla siempre antes de dormir.



Fabiola encendió un cigarro sacó el encendedor y empezó a fumar, todo parecería normal si no fuera por el simple hecho de que jamás ella encendía un cigarro si no lo hacía yo primero, incluso cuando ella quería fumar y yo no, dejaba que yo lo encienda y se lo dé. Otra de las cosas que no olvidaré.

Me miraba, y ya había pasado el efecto del alcohol, sin embargo sus pupilas se veían dilatadas y brillosas, como callando todo, como escondiendo algo.
Comenzó a hablar atropelladamente sin entenderse ella misma, sin dejarse entender para mi, pero el mensaje era claro, poco sutil, pero claro.

-Ya no siento eso que sentía antes cuando te miraba, ya no pienso tanto en ti como al principio, verte se ha hecho más un vicio, que algo para disfrutar y reír, estoy cansada de sentirme asfixiada por dentro y de sentir que lo que tenemos está envejeciendo, está entrando en ese letargo nauseabundo de equilibrar la balanza para evitar que choque con el suelo. Ya no soy capaz de dejarme amar por ti, ya no puedo fingir felicidad, ya no puedo ser en tu vida más de lo que ya soy, si no consigo ni creo en eso ¿Cómo puedo hacerlo por ti?.Las cosas cambiaron, para bien o para mal, ya nada es lo que era, si tanta libertad querías, si tantos sueños pretendías cumplir, hazlo, pero desde hoy no puedo ser más parte de dicha absurda libertad y de aquellos sueños que en algún momento sentí míos, y hoy siento siempre fueron exclusivamente tuyos. Tengo miedo y sé que lo sabes, estoy aterrada de que todo lo que te diga, mañana no sea más que producto de este bulto que llevo entre el pecho y el esófago y que me muero por sacar de una vez, no sé si necesito dejar de verte un tiempo, o si necesito simplemente alejarme de ti y dejar todo al azar, no lo sé, pero tengo miedo y sé que lo sabes.-


Me destruyó, se llevó consigo algo que creía estaba alejado de todo daño, sustrajo de lo más profundo de mi, lo único que creía nadie podía robarme, ella misma, ella en si.Es difícil recordar lo que le dije, lo que me respondió, lo que le pregunté y lo que volvió a responder, pero algo que me quedó grabado es que Fabiola ya no era Fabiola y que yo mismo ya no era yo mismo, otra cosa que no olvidaré.

Se despidió de mí, y me dio un beso, el mismo beso de siempre, pero diferente, siempre era distinto, y esta vez no fue la excepción.

Hubo silencio, unos segundos, pero esta vez no pasaba un ángel, esta vez pasaba Fabiola delante mío, marchándose presurosamente, sin querer escuchar más, sin dejarse convencer y sin querer ser convencida.

Ahí se iba una parte de mi, un capítulo que no quería cerrar, un libro que parecía querer tirarse al fuego, y consumir todo a su paso. Ahí se iba Fabiola y aquí me quedaba yo.

Me quedé sentado unos minutos, los más largos de mi vida, viendo como su figura se dejaba perder en el camino y se hacía más pequeña cada vez, se iba desvaneciendo de mi vista, y de mi vida, corrí como esperando encontrarla, como obligando a mi mente a ir más rápido y que salga de mi la palabra perfecta para que ella se quede, para que se quede conmigo y no se valla más.Nunca la encontré, ni siquiera corriendo más, ni siquiera mirando a todos lados.



Pasaron las semanas, me interné en mi casa sin salir, hundido en un vértigo de irracionalidad, sumergido en la nada de una habitación sin Fabiola; dicen que cuando alguien importante parte de tu vida, nosotros también partimos o morimos un poco.

El tiempo y la misma vida nos obligan, no a olvidar, pero si a dejar los recuerdos para después, y es algo que venía haciendo bien, hasta hoy.
No he vuelto a ver a Fabiola, para bien o para mal, y por eso me he obligado cada segundo, a mi mismo, a dejar su recuerdo para después.

Un cajón semiabierto del velador llamó mi atención, justo cuando estaba por dormir sin fumar, pude haber encontrado condones, cajetillas de cigarro dispersas o algún encendedor o incienso dentro de él, pero no, justo debía encontrar la única cosa que me había asegurado de hundir en el fondo del cajón; nuestra foto junto a la palmera, el día del primer beso, el día en que conquisté un mundo llamado Fabiola, un mundo que se derrumbó.


La miré con nostalgia, con las pupilas brillosas y dilatadas, en el reverso con una letra inconfundible se hallaba la razón por la cual hoy seguía sentado recordando, como hace varias semanas no recordaba; Me gusta ver fotos antiguas, en especial las tomadas por uno mismo. Así sé como se veía la persona y como quería que la vean los otros.

Me había prometido sólo fumar antes de dormir, eran las 7 de la mañana y la cajetilla de 10 cigarros ya estaba vacía, sin embargo y por extrañas razones, no me arrepentía, disfruté haberla traído de vuelta al menos por un instante, sentir su aroma y escuchar el eco de su risa.Reí con delirio sólo para hacer el momento un poco más irónico, cogí la foto y la puse en el cenicero.


Con el último cigarro que fumaba quemé una esquina de la foto, poco a poco las cenizas iban consumiendo todo a su paso, como un libro que se arroja al fuego y letra por letra va desapareciendo.
No logré dejar de fumar, ni arrancarme ese bulto que tenía, ahora yo, entre el pecho y el esófago, pero al menos había conseguido retardar más el efecto y seguir dejando su recuerdo para después y al menos por ese momento logré olvidar.


Otra cosa que Fabiola me dijo es que uno nunca termina de olvidar, otra cosa que yo tampoco olvidaré, y algo que ella, si olvidó.

viernes, 21 de mayo de 2010

Cuando.

Cuando el futuro se vuelve un sueño vacio

Cuando el todo se conforma con ser nada

Cuando el calor de un abrazo se muere de frío

cuando la sonrisa se esfuma y parte cansada


Y si la luz de alba ya no toca mi cama

Cuando mirando una estrella yo me hecho a morir

y si la sombra que cargo se apodera del alma

Cuando muriendo despierto me hecho a reir


Cuando la pasión entra en coma

Cuando lo que más se valora pierde su sentido

Cuando el amar se agota

cuando al final del tunel comienza el fin del camino


Cuando cada recuerdo pasa lento y en dos colores

cuando ese beso se volvió más fácil de dar

Cuando las palabras se vuelven atadores

Cuando el corazón lo que quiere es escapar.


Cuando la mirada se vuelve perdida

Y la nostalgia se apodera del andar

Cuando la otra mitad se ve partida

Y la melancolía invade su lugar


Cuando ansio tu llamada en desvelo

Cuando muero un poco cada segundo que no estas

Cuando necio y vacio camino siguiendo tu reflejo

Cuando quisiera escuchar lo que nunca dirás


Cuando volteo a mirar sin quererlo

Cuando espero lo que no va a llegar

Cuando escribo sin querer hacerlo

Y termino sin querer terminar

viernes, 15 de enero de 2010

El recuerdo de un pasado latente.

Esta constante de pensarte de una forma incesante
Y cada hora de este domingo que se demora
Y cada sueño de este desvelo que se prolonga
Esta amargura sin cura, remedio ni calmante.

Aquella mala costumbre llamada extrañarte
Dicha nostalgia que me toma como rehen diariamente
Aquella mala manía de verte en todas partes

Este burdo Absurdo de inmortalizarte en cada verso
ese trajín de correr el mundo y buscar el pasado
Esta mala costumbre de materializarte en cada objeto
esa falsa alarma de creer hallado lo buscado.

Este delirio llamado cariño que cada instante se consolida
estas ganas locas de verte al menos por equivocación
Esta suerte de juego de azar llamado vida.
estas manos que mueren y viven por tenerte como tentación

Y mientras más lo intento menos lo consigo
..Esta ansiedad de no tenerte y tanto buscarte
Y mientras menos lo pienso más de ti escribo
..Esta locura y desenfreno, llamado; necesitarte.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

El eterno observador. (primera parte)


Quiso poder recordar con facilidad porque no se encontraba en sus brazos, el motivo preciso de su repentino adiós. El olor del cuarto detallaba que el alcohol, además de otras pecaminosas sustancias, sirvieron para que aquella pasión incontenible y ese desenfreno que sólo en sueños podía concebir, fuera, como tantas veces lo había soñado, real al menos por esa noche.



En el fondo sabía que al culminar el acto al amanecer; envuelto entre aquellas cómplices sábanas, extasiado y perplejo por sentir aquel sublime cansancio, tendría que verla con aquella mirada esquiva, dando señas de no volver jamás. Incluso sabiéndolo de antemano, prefería no pensar en su partida, para el era suficiente escucharla reír, sentir aquella arma infalible llamada susurro y dejarse morir contemplando esos ojos cuantas veces sea necesario, hasta poder dejar de necesitarla, aunque eso sería lo más improbable.

Se había prometido mil veces no derramar ni una sola lágrima más, pero era comprensible, puesto que, sólo alguien de la belleza y perfección de Lucía podría ocasionar un dolor tan acogedor.
Quiso pensar en lo acontecido un poco más, aferrarse a ese dulce recuerdo y al ligero aroma que bien conservaba la almohada y se colaba para alborotar, aún más, todo su ser.
¿Cómo es posible que logres quedarte de esta manera, tan dentro de mi, incluso después de haberte marchado?, reflexionaba, mientras el agua de la regadera asesinaba toda evidencia de fatiga y todo rastro de la noche anterior.

Se secaba con brusquedad como queriendo arrancarse de la piel el dolor de no tenerla cerca, aunque sabía sería inútil, ella se quedaría inmersa en su ser como tantas veces lo había hecho ya, sin que él pudiera hacer más que tratar de acostumbrarse, para luego disfrutarlo, y valla que lo disfrutaba.
Eran las 9 de la mañana y el sol decidió marcharse y, con esto, seguirle los pasos a Lucía. Llegaba el primer café de lo que sería la mañana más fría y desoladora de aquel Enero.

El trabajo le quedaba cerca y el café tendía siempre a abrir a las 10 de la mañana, tuvo tiempo para fumarse un cigarrillo, hace años que venía prometiéndose que lo dejaría, y ciertamente lo dejaba cada noche antes de irse a dormir. Caminaba como por inercia con una expresión meditabunda en el rostro; observando sus pasos, contando las cuadras y ansioso por llegar, aunque bien sabia, nadie lo esperaba.


Sintiéndose hastiado empezó a acelerar el paso, queriendo explotar, queriendo desaparecer, Sin mirar por donde iba y dando pasos torpes como un ciego entre la multitud. El vértigo de la caminata lo hizo frenar del golpe, había llegado a su destino.

Al ingresar por la puerta de atrás la primera persona en saludarlo fue Romina, una chica bajita, con un cuerpo suculento, lleno de ejercicios y un ánimo envidiable.
Romina era de esas personas que siempre tenía una sonrisa enorme, desesperante y, en ocasiones, fingida.

-¡Hay! tontito tú siempre tan puntual, acuérdate que esta noche es mi cumpleaños y no puedes faltar en mi reunión eh, ¿Vendrás, verdad?- preguntó Romina extasiada y ansiosa de respuesta; abriendo los ojos como una desquiciada, con ese tono desesperante y su infaltable enfermiza sonrisa.

-Claro, cuenta conmigo, iré como a las 11, si no te parece mal- Contesté presuroso, con un tono de nerviosismo, pues sabía jamás iría ni a su cumpleaños, ni a cualquier otra actividad en la que estuviera incluida ella.

-Pero es en serio tontito, Y claro lo digo porque tú nunca vas a las reuniones, a veces no entiendo porque siempre eres tan aburrido, debes salir y divertirte, dejar de ser tan serio. Y además ¿Qué mejor ocasión que mi cumpleaños, no? -
Esbocé una ligera sonrisa, hipócrita y malhumorada, mientras ese pedacito de cuerpo se marchaba a la cocina dando brincos, con ese humor tan nauseabundo que, bien sabía, jamás podría tener yo. –
No pude evitar imaginarla como un cuy huyendo de su depredador, tan pequeña y presurosa ella.
Reflexioné un par de minutos sobre lo conversado con Romina. No pude evitar sentirme bien por su invitación, sentí, por un pequeño momento, un calido sentimiento por ese gesto de preocupación, de interés. No supe con exactitud como definirlo, supongo que algunos le dirían amistad. Fue raro y lindo, luego reí al pensar lo irónico que fue aquel momento, puesto que jamás hubiera imaginado sentir algo así y mucho menos por Romina.

Razón no le faltaba, jamás iba a reuniones y menos de gente del trabajo, mi vida se había convertido en una rutina constante; las clases en la universidad, los paseos por el parque los domingos, fumar, el café y el soñar y supirar por Lucía. Lucía… No pude evitar recordarla; su sedoso cabello castaño, esa piel tan suave que poseía un aroma indescriptiblemente delicioso.

Me proyecté al momento exacto en que nuestros labios entremezclados no podían pronunciar palabra alguna, la sentía cerca, revivía en mi mente cada minuto a su lado, era lo suficientemente real como para no querer despertar jamás, como para aferrarse eternamente a esa visión.

Por la forma como nos conocimos, a veces me gusta pensar que debía suceder exactamente así. Ese momento exacto, las palabras precisas, los escenarios previstos, el tiempo adecuado; todo un designio que conjuro que estuviésemos ahí y no en otro lugar, un designio hecho para nosotros. A partir de conocerla comprendí que quizás a eso le llaman destino y quizás la vida no era meramente una serie de accidentes o coincidencias sin sentido, como hasta ese momento solía creer, no lo sabía con precisión. Lo único que sabía es que sin duda ella lo cambiaría todo para siempre.

Desde que la vi por primera vez, en la biblioteca de la universidad, supe que sería el comienzo de algo interminable e Irreal- no hacía más que observarla, recuerdo bien- contemplaba con paciencia su risa y esa forma peculiar de movilizarse como si anduviera perdida siempre sin saber ni dónde ni cuándo, ni cómo ni por qué. No podía fijar la mirada en otra cosa que no fuera esa figurita, su figurita tan peculiar, que se movilizaba por toda la biblioteca preguntando por aquel libro o aquel autor. Siempre curiosa y despistada, siempre solucionando todo percance o mala cara con una sonrisa inocente, un destello de luz único.




A veces le seguía los pasos de forma asolapada mientras presurosa iba por el campus de la universidad, seguramente esmerándose po llegar temprano a sus clases, con esa carita de no saber hacia dónde se dirigía, con esa expresión angelical que a cualquiera podía desarmar, esa manera única de ser. Lucía tenía esa carita de yo no fui, aunque para mi, ella sí era.





Vino a mi mente el preciso instante en que por vez primera pude conocerla, y claro que no fue como esperaba, fue mil veces mejor. Aquél Día sábado cuando comenzó, formalmente todo, no entendí que es lo que me llevó a conocer a Lucía pero horas después comprendí que sería inevitable, y sería el fin de mi vida como hasta ese entonces creía conocer.
Estaba preciosa, la observaba fijamente atónito por la forma como se desataba el cabello, perdiendo la razón en cada movimiento que su perfecta figura realizaba al ritmo de la música, perdiendo la ilación del tiempo con cada coro que entonaba con un frenesí único y particular.

Era noche y yo moría por esos labios carnosos, que remojándose en el vodka de naranja parecían insaciables e incontenibles de alcohol. Lucía espontánea cantaba con los ojos cerrados como bailando en su mente, con ese infaltable cigarro en su mano izquierda, desenvuelta sin importarle nada más.
Yo temblaba y dudaba mil veces cada oración antes de pronunciarla, sin duda estaba muerto de miedo y aún más muerto por ella, si no hubiera sido por la música y el movimiento natural del lugar, quizás ella lo hubiese notado, aunque en el fondo sospecho, siempre lo supo.
Recuerdo que en ese momento por más que traté de contenerme, y aunque bien sabía el silencio, como era de esperarse, sería su primera reacción, no pude evitar caer en el absurdo de ser yo mismo, y con esto, preguntarle a Lucía lo único que sabía no se dignaría siquiera a responder, aquella incógnita que guardaba para mi soledad.
Apuré la bebida de un sorbo sin que se percatara de mi nerviosismo y exento de más dudas pregunté;

- ¿Podrías prometer que serás mia por siempre?- Dije, desanimado con tono nostálgico, como anticipándome, como esperando el fin.

Quise con todas mis ganas poder seguir recordando lo siguiente, cuando de pronto escuché aquella voz tan chillona que gritaba y reía como una hiena siendo ultrajada por algún robusto animal;

-¿Se puede saber qué esperas?, esas tazas no se van a lavar solas, estas parado mirando el techo sin nada mejor que hacer – Exclamó risueña y sarcástica, pretendiendo ser seria, Romina, mientras yo con los ojos más abiertos que nunca, queriendo ser ese robusto animal y eliminarla para siempre, comprendía porque la odiaba tanto, porque su sola presencia enervaba todo mi ser y porque era seguro que jamás duraría más de cinco segundos aquel calido sentimiento que para ese instante se había transformado en un deseo constante de homicidio.