miércoles, 9 de septiembre de 2009

El eterno observador. (primera parte)


Quiso poder recordar con facilidad porque no se encontraba en sus brazos, el motivo preciso de su repentino adiós. El olor del cuarto detallaba que el alcohol, además de otras pecaminosas sustancias, sirvieron para que aquella pasión incontenible y ese desenfreno que sólo en sueños podía concebir, fuera, como tantas veces lo había soñado, real al menos por esa noche.



En el fondo sabía que al culminar el acto al amanecer; envuelto entre aquellas cómplices sábanas, extasiado y perplejo por sentir aquel sublime cansancio, tendría que verla con aquella mirada esquiva, dando señas de no volver jamás. Incluso sabiéndolo de antemano, prefería no pensar en su partida, para el era suficiente escucharla reír, sentir aquella arma infalible llamada susurro y dejarse morir contemplando esos ojos cuantas veces sea necesario, hasta poder dejar de necesitarla, aunque eso sería lo más improbable.

Se había prometido mil veces no derramar ni una sola lágrima más, pero era comprensible, puesto que, sólo alguien de la belleza y perfección de Lucía podría ocasionar un dolor tan acogedor.
Quiso pensar en lo acontecido un poco más, aferrarse a ese dulce recuerdo y al ligero aroma que bien conservaba la almohada y se colaba para alborotar, aún más, todo su ser.
¿Cómo es posible que logres quedarte de esta manera, tan dentro de mi, incluso después de haberte marchado?, reflexionaba, mientras el agua de la regadera asesinaba toda evidencia de fatiga y todo rastro de la noche anterior.

Se secaba con brusquedad como queriendo arrancarse de la piel el dolor de no tenerla cerca, aunque sabía sería inútil, ella se quedaría inmersa en su ser como tantas veces lo había hecho ya, sin que él pudiera hacer más que tratar de acostumbrarse, para luego disfrutarlo, y valla que lo disfrutaba.
Eran las 9 de la mañana y el sol decidió marcharse y, con esto, seguirle los pasos a Lucía. Llegaba el primer café de lo que sería la mañana más fría y desoladora de aquel Enero.

El trabajo le quedaba cerca y el café tendía siempre a abrir a las 10 de la mañana, tuvo tiempo para fumarse un cigarrillo, hace años que venía prometiéndose que lo dejaría, y ciertamente lo dejaba cada noche antes de irse a dormir. Caminaba como por inercia con una expresión meditabunda en el rostro; observando sus pasos, contando las cuadras y ansioso por llegar, aunque bien sabia, nadie lo esperaba.


Sintiéndose hastiado empezó a acelerar el paso, queriendo explotar, queriendo desaparecer, Sin mirar por donde iba y dando pasos torpes como un ciego entre la multitud. El vértigo de la caminata lo hizo frenar del golpe, había llegado a su destino.

Al ingresar por la puerta de atrás la primera persona en saludarlo fue Romina, una chica bajita, con un cuerpo suculento, lleno de ejercicios y un ánimo envidiable.
Romina era de esas personas que siempre tenía una sonrisa enorme, desesperante y, en ocasiones, fingida.

-¡Hay! tontito tú siempre tan puntual, acuérdate que esta noche es mi cumpleaños y no puedes faltar en mi reunión eh, ¿Vendrás, verdad?- preguntó Romina extasiada y ansiosa de respuesta; abriendo los ojos como una desquiciada, con ese tono desesperante y su infaltable enfermiza sonrisa.

-Claro, cuenta conmigo, iré como a las 11, si no te parece mal- Contesté presuroso, con un tono de nerviosismo, pues sabía jamás iría ni a su cumpleaños, ni a cualquier otra actividad en la que estuviera incluida ella.

-Pero es en serio tontito, Y claro lo digo porque tú nunca vas a las reuniones, a veces no entiendo porque siempre eres tan aburrido, debes salir y divertirte, dejar de ser tan serio. Y además ¿Qué mejor ocasión que mi cumpleaños, no? -
Esbocé una ligera sonrisa, hipócrita y malhumorada, mientras ese pedacito de cuerpo se marchaba a la cocina dando brincos, con ese humor tan nauseabundo que, bien sabía, jamás podría tener yo. –
No pude evitar imaginarla como un cuy huyendo de su depredador, tan pequeña y presurosa ella.
Reflexioné un par de minutos sobre lo conversado con Romina. No pude evitar sentirme bien por su invitación, sentí, por un pequeño momento, un calido sentimiento por ese gesto de preocupación, de interés. No supe con exactitud como definirlo, supongo que algunos le dirían amistad. Fue raro y lindo, luego reí al pensar lo irónico que fue aquel momento, puesto que jamás hubiera imaginado sentir algo así y mucho menos por Romina.

Razón no le faltaba, jamás iba a reuniones y menos de gente del trabajo, mi vida se había convertido en una rutina constante; las clases en la universidad, los paseos por el parque los domingos, fumar, el café y el soñar y supirar por Lucía. Lucía… No pude evitar recordarla; su sedoso cabello castaño, esa piel tan suave que poseía un aroma indescriptiblemente delicioso.

Me proyecté al momento exacto en que nuestros labios entremezclados no podían pronunciar palabra alguna, la sentía cerca, revivía en mi mente cada minuto a su lado, era lo suficientemente real como para no querer despertar jamás, como para aferrarse eternamente a esa visión.

Por la forma como nos conocimos, a veces me gusta pensar que debía suceder exactamente así. Ese momento exacto, las palabras precisas, los escenarios previstos, el tiempo adecuado; todo un designio que conjuro que estuviésemos ahí y no en otro lugar, un designio hecho para nosotros. A partir de conocerla comprendí que quizás a eso le llaman destino y quizás la vida no era meramente una serie de accidentes o coincidencias sin sentido, como hasta ese momento solía creer, no lo sabía con precisión. Lo único que sabía es que sin duda ella lo cambiaría todo para siempre.

Desde que la vi por primera vez, en la biblioteca de la universidad, supe que sería el comienzo de algo interminable e Irreal- no hacía más que observarla, recuerdo bien- contemplaba con paciencia su risa y esa forma peculiar de movilizarse como si anduviera perdida siempre sin saber ni dónde ni cuándo, ni cómo ni por qué. No podía fijar la mirada en otra cosa que no fuera esa figurita, su figurita tan peculiar, que se movilizaba por toda la biblioteca preguntando por aquel libro o aquel autor. Siempre curiosa y despistada, siempre solucionando todo percance o mala cara con una sonrisa inocente, un destello de luz único.




A veces le seguía los pasos de forma asolapada mientras presurosa iba por el campus de la universidad, seguramente esmerándose po llegar temprano a sus clases, con esa carita de no saber hacia dónde se dirigía, con esa expresión angelical que a cualquiera podía desarmar, esa manera única de ser. Lucía tenía esa carita de yo no fui, aunque para mi, ella sí era.





Vino a mi mente el preciso instante en que por vez primera pude conocerla, y claro que no fue como esperaba, fue mil veces mejor. Aquél Día sábado cuando comenzó, formalmente todo, no entendí que es lo que me llevó a conocer a Lucía pero horas después comprendí que sería inevitable, y sería el fin de mi vida como hasta ese entonces creía conocer.
Estaba preciosa, la observaba fijamente atónito por la forma como se desataba el cabello, perdiendo la razón en cada movimiento que su perfecta figura realizaba al ritmo de la música, perdiendo la ilación del tiempo con cada coro que entonaba con un frenesí único y particular.

Era noche y yo moría por esos labios carnosos, que remojándose en el vodka de naranja parecían insaciables e incontenibles de alcohol. Lucía espontánea cantaba con los ojos cerrados como bailando en su mente, con ese infaltable cigarro en su mano izquierda, desenvuelta sin importarle nada más.
Yo temblaba y dudaba mil veces cada oración antes de pronunciarla, sin duda estaba muerto de miedo y aún más muerto por ella, si no hubiera sido por la música y el movimiento natural del lugar, quizás ella lo hubiese notado, aunque en el fondo sospecho, siempre lo supo.
Recuerdo que en ese momento por más que traté de contenerme, y aunque bien sabía el silencio, como era de esperarse, sería su primera reacción, no pude evitar caer en el absurdo de ser yo mismo, y con esto, preguntarle a Lucía lo único que sabía no se dignaría siquiera a responder, aquella incógnita que guardaba para mi soledad.
Apuré la bebida de un sorbo sin que se percatara de mi nerviosismo y exento de más dudas pregunté;

- ¿Podrías prometer que serás mia por siempre?- Dije, desanimado con tono nostálgico, como anticipándome, como esperando el fin.

Quise con todas mis ganas poder seguir recordando lo siguiente, cuando de pronto escuché aquella voz tan chillona que gritaba y reía como una hiena siendo ultrajada por algún robusto animal;

-¿Se puede saber qué esperas?, esas tazas no se van a lavar solas, estas parado mirando el techo sin nada mejor que hacer – Exclamó risueña y sarcástica, pretendiendo ser seria, Romina, mientras yo con los ojos más abiertos que nunca, queriendo ser ese robusto animal y eliminarla para siempre, comprendía porque la odiaba tanto, porque su sola presencia enervaba todo mi ser y porque era seguro que jamás duraría más de cinco segundos aquel calido sentimiento que para ese instante se había transformado en un deseo constante de homicidio.