sábado, 28 de agosto de 2010

El olvido de los que nos olvidan.


Me gusta ver fotos antiguas, en especial las tomadas por uno mismo. Así se como se veía la persona y como quería que la vean los otros.


Fue inevitable coger el cigarro que hace horas quería encender y no encendí por miedo a malgastarlo, si es que un cigarro puede ser todavía más malgasto, estaba separado de los otros, puesto que sólo planeaba que si fumaba, sería sólo uno y con la bendita condición de que sea antes de dormir, no antes.


Lo encendí y es porque sabía que esa frase me cambiaría la noche, me jodería la madrugada y probablemente me tendría hasta la mañana buscando otro motivo más aparte del simple hecho de escribirle algo que luego al leer, pueda traer su presencia, su aroma y todo su ser al menos por uno de esos segundos clásicos de blanco y negro y de duración eterna.

¿Como empezó?, es algo de lo que no me gusta hablar, y por ende, algo de lo que no podría escribir y no es porque me sea un tema doloroso o complicado, si no porque ahí no radica lo interesante, si no en como terminó, en como ese sábado Fabiola terminó en su quinto vaso de ron, y en como termino yo, hoy, en mi quinto cigarro encendido.


Bajó las escaleras donde tantas veces jugamos a ser niños y al instante jugábamos a ser grandes. Con lentitud, pausada, preciosa, siempre sonriendo, con su pelo suelto y ademanes de nerviosismo, porque algo que no olvidaré es que todavía podía sentirse nerviosa cada vez que nos veíamos, esa sensación de no saber que decir ni que hacer, cuando callar y cuando besar.

Me recibió con el mismo beso de siempre, pero diferente, siempre era distinto, otra cosa que no olvidaré. Salimos de su casa a la reunión de Adolfo, abrazados, de la mano, por momento sin tocarnos, pero siempre caminando juntos.

Paramos en el mismo bar en el que nos conocimos, entramos y compramos 4 cervezas. Los pericos invadían el ambiente con esa música que tanto nos gustaba.
Nos sentamos mirándonos, me encantaba mirarla, perderme en el reflejo que sus pupilas brillosas y dilatadas por el alcohol resplandecían.

Conversamos de todo y de nada, era imposible aburrirme, creía yo, podía ser yo mismo sin tener que siquiera amoldarme a alguna situación o comportamiento que a Fabiola se le ocurriera, podía ser transparente o difuso, pero igual sabía como desarmar cada barrera o como armar cada rompecabezas para saber que me sucedía o las cosas que me molestaban, otra cosa que no olvidaré.


Detuvimos respiraciones y apuramos sorbos.
Eran las 11.53 y teníamos que llegar temprano donde Adolfo.

Caminamos por algunas cuadras de barranco y luego por otras de Miraflores. A 3 cuadras de la casa de Adolfo estaba ese parque en el que nos dimos un primer beso, Fabiola insistió en ir a sentarnos unos minutos, porque quería que conversemos de algunas cosas.

Me importaba llegar a casa de Adolfo, estar ahí a las 12 para abrazarlo y saber que era mi amigo, y hacerle saber que era el mío.

Fabiola insistió como nunca la vi insistir por algo, ni siquiera cuando me negué a mudarme con ella.Por la misma razón, es que me sentí atraído por resolver el misterio de no saber que sucedía y además atraído porque era de noche y ese parquecito evocaba recuerdos que hacían que mis instintos más carnales se hicieran presentes.

Bajamos un par de cuadras hacia el parque, por todo el verde negro del suelo y por la luna que enorme parecía sentirse atraída también por dicho misterio.Nos sentamos cerca a la palmerita donde nos tomamos nuestra primera foto, la que tenía al costado de mi cama, con la intención cursi de verla siempre antes de dormir.



Fabiola encendió un cigarro sacó el encendedor y empezó a fumar, todo parecería normal si no fuera por el simple hecho de que jamás ella encendía un cigarro si no lo hacía yo primero, incluso cuando ella quería fumar y yo no, dejaba que yo lo encienda y se lo dé. Otra de las cosas que no olvidaré.

Me miraba, y ya había pasado el efecto del alcohol, sin embargo sus pupilas se veían dilatadas y brillosas, como callando todo, como escondiendo algo.
Comenzó a hablar atropelladamente sin entenderse ella misma, sin dejarse entender para mi, pero el mensaje era claro, poco sutil, pero claro.

-Ya no siento eso que sentía antes cuando te miraba, ya no pienso tanto en ti como al principio, verte se ha hecho más un vicio, que algo para disfrutar y reír, estoy cansada de sentirme asfixiada por dentro y de sentir que lo que tenemos está envejeciendo, está entrando en ese letargo nauseabundo de equilibrar la balanza para evitar que choque con el suelo. Ya no soy capaz de dejarme amar por ti, ya no puedo fingir felicidad, ya no puedo ser en tu vida más de lo que ya soy, si no consigo ni creo en eso ¿Cómo puedo hacerlo por ti?.Las cosas cambiaron, para bien o para mal, ya nada es lo que era, si tanta libertad querías, si tantos sueños pretendías cumplir, hazlo, pero desde hoy no puedo ser más parte de dicha absurda libertad y de aquellos sueños que en algún momento sentí míos, y hoy siento siempre fueron exclusivamente tuyos. Tengo miedo y sé que lo sabes, estoy aterrada de que todo lo que te diga, mañana no sea más que producto de este bulto que llevo entre el pecho y el esófago y que me muero por sacar de una vez, no sé si necesito dejar de verte un tiempo, o si necesito simplemente alejarme de ti y dejar todo al azar, no lo sé, pero tengo miedo y sé que lo sabes.-


Me destruyó, se llevó consigo algo que creía estaba alejado de todo daño, sustrajo de lo más profundo de mi, lo único que creía nadie podía robarme, ella misma, ella en si.Es difícil recordar lo que le dije, lo que me respondió, lo que le pregunté y lo que volvió a responder, pero algo que me quedó grabado es que Fabiola ya no era Fabiola y que yo mismo ya no era yo mismo, otra cosa que no olvidaré.

Se despidió de mí, y me dio un beso, el mismo beso de siempre, pero diferente, siempre era distinto, y esta vez no fue la excepción.

Hubo silencio, unos segundos, pero esta vez no pasaba un ángel, esta vez pasaba Fabiola delante mío, marchándose presurosamente, sin querer escuchar más, sin dejarse convencer y sin querer ser convencida.

Ahí se iba una parte de mi, un capítulo que no quería cerrar, un libro que parecía querer tirarse al fuego, y consumir todo a su paso. Ahí se iba Fabiola y aquí me quedaba yo.

Me quedé sentado unos minutos, los más largos de mi vida, viendo como su figura se dejaba perder en el camino y se hacía más pequeña cada vez, se iba desvaneciendo de mi vista, y de mi vida, corrí como esperando encontrarla, como obligando a mi mente a ir más rápido y que salga de mi la palabra perfecta para que ella se quede, para que se quede conmigo y no se valla más.Nunca la encontré, ni siquiera corriendo más, ni siquiera mirando a todos lados.



Pasaron las semanas, me interné en mi casa sin salir, hundido en un vértigo de irracionalidad, sumergido en la nada de una habitación sin Fabiola; dicen que cuando alguien importante parte de tu vida, nosotros también partimos o morimos un poco.

El tiempo y la misma vida nos obligan, no a olvidar, pero si a dejar los recuerdos para después, y es algo que venía haciendo bien, hasta hoy.
No he vuelto a ver a Fabiola, para bien o para mal, y por eso me he obligado cada segundo, a mi mismo, a dejar su recuerdo para después.

Un cajón semiabierto del velador llamó mi atención, justo cuando estaba por dormir sin fumar, pude haber encontrado condones, cajetillas de cigarro dispersas o algún encendedor o incienso dentro de él, pero no, justo debía encontrar la única cosa que me había asegurado de hundir en el fondo del cajón; nuestra foto junto a la palmera, el día del primer beso, el día en que conquisté un mundo llamado Fabiola, un mundo que se derrumbó.


La miré con nostalgia, con las pupilas brillosas y dilatadas, en el reverso con una letra inconfundible se hallaba la razón por la cual hoy seguía sentado recordando, como hace varias semanas no recordaba; Me gusta ver fotos antiguas, en especial las tomadas por uno mismo. Así sé como se veía la persona y como quería que la vean los otros.

Me había prometido sólo fumar antes de dormir, eran las 7 de la mañana y la cajetilla de 10 cigarros ya estaba vacía, sin embargo y por extrañas razones, no me arrepentía, disfruté haberla traído de vuelta al menos por un instante, sentir su aroma y escuchar el eco de su risa.Reí con delirio sólo para hacer el momento un poco más irónico, cogí la foto y la puse en el cenicero.


Con el último cigarro que fumaba quemé una esquina de la foto, poco a poco las cenizas iban consumiendo todo a su paso, como un libro que se arroja al fuego y letra por letra va desapareciendo.
No logré dejar de fumar, ni arrancarme ese bulto que tenía, ahora yo, entre el pecho y el esófago, pero al menos había conseguido retardar más el efecto y seguir dejando su recuerdo para después y al menos por ese momento logré olvidar.


Otra cosa que Fabiola me dijo es que uno nunca termina de olvidar, otra cosa que yo tampoco olvidaré, y algo que ella, si olvidó.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Las cosas que uno quiere en un particular momento son las cosas que uno mismo termina por odiar luego.
Una historia que hace pensar y replantearse los origenes y también los finales.
Muy Buen post, agil y ciertamente triste.
hace mucho no leía nada de ti, entra a mi blog de vez en cuando. Javier @ Mendoza.

Diego Alonso dijo...

Necesito un poco más de despecho, rencor, resentimiento. Sentimientos que se desprenden del amor y que deben estar impresos en tu post. Me enganché. Pensé que Fabiola te pediría tirar en ese parque o algo similar; pero es cierto, no todas mis experiencias deben ser igual a las tuyas. Pinche Fabiola.

Diego,

Natalia dijo...

tienes una forma de escribir paja y ligera, me gustó