jueves, 3 de febrero de 2011

Lapsus de románticismo 1.



Sábado, 7 pm. Gsv.




Previniendo que podía suceder lo temido, antes de salir había guardado su teléfono celular, del cual ya no soportaba ese maldito sonidito que, para bien o para mal, avisaba si es que alguien necesitaba hablarle. Depositó el maldito aparatito en el único cajón del clóset que tenía cerradura, y había puesto la llave en un lugar, que calculaba, a su regreso tendría que ser inalcanzable e irrecordable.

Volvió a las 4:30 de la mañana totalmente borracho y con la mente en blanco, en un estado de asepsia emocional que contrastaba con una manera bastante común, pero también peculiar, de tambalearse frente al ascensor del edificio. Las puertas se abrieron, y en simultáneo por un par de casi eternos segundos, cerró los ojos.

Espejos; al frente a la derecha y a la izquierda. Se sonrió a sí mismo, apretó el botón, miró el reflejo de su nuca, cerró los ojos sintiendo como su cuerpo se elevaba por el accionar del ascensor.
El ascensor se detuvo en el último piso, el quinto, las puertas se abrieron, y en simultaneo, abrió sus ojos, había llegado.
Salió raudo rumbo a su puerta, fastidiado por la densidad que el silencio siempre adquiría a esa hora, con o sin alcohol, estaba condenado a sufrirlo cada madrugada, quizás por eso, es que abría y cerraba los ojos de esa manera, quizás eran síntomas de unas ganas desesperadas de que todo cambie, en dicho abrir y cerrar de ojos.

Se demoró en encajar la llave en la puerta y cuando después de varios minutos, carcajadas y cigarrillos, logró entrar se golpeó con el umbral de la misma, Au, dijo.

Ese Au era el único sonido que lo había acompañado durante las últimas dos horas. De la fiesta se escabulló aprovechado que todos estaban distraídos con el hallazgo, en uno de los baños, de una chica inconsciente encharcada en vodka, Tampico, ácido gástrico y piqueitos diversos.

No se despidió de nadie y nadie tuvo tiempo de despedirse de él, daba igual, él ya no lo recordaría hasta muchos días después. Recordó la última conversación que tuvo, fue con Claudia quién se le acercó durante su vaso número trece de whisky, interrumpiendo su ritual de envenenamiento etílico. Tratando de parecer divertida le preguntó:

-¿Por qué estas tomando tanto ah?, soltando una leve risita más desesperante que el silencio mismo.

-Ah, Claudia, Claudita- contestó él-. Tomo para olvidar.

-¿Para olvidar qué?
Él sonrió.-Ya no me acuerdo.

Claudia soltó otra risita y se sentó a su lado, Cruzó las piernas con más elegancia que sensualidad, se recogió el cabello sobre un hombro, mientras él la miraba y apuró un sorbo largo, cerrando los ojos.

Claudia siempre andaba sonriendo, era una buena chica, estaba casi sobria, era bonita, y por alguna extraña razón había cruzado la sala para sentarse a su lado. Sin embargo a él el pensamiento se le iba a otro instante, a otra voz, a otro día; se le fragmentaba en pequeños episodios que reaparecían en simultáneo y en blanco y negro dentro de su cabeza, y que, para bien o para mal, siempre terminaban con una pregunta en el aire, imposible de responder, a veces hasta imposible de formular.
Pensó: Mierda, ya me acordé otra vez. Tengo que hacer algo.
Y así escapando de esos recuerdos que al menos por esa noche quiso borrar, empezaba a existir el vaso número catorce.
Claudita en un tono de voz particular le pidió que le sirviera también.

El dueño de la casa se encontraba pegando la oreja a la puerta del baño, tratando de girar la manija, que lógicamente estaba cerrada.Claudia da el último sorbo a su vaso e insiste; -¿ No me vas a servir?- mirando la bendita botella de whisky con ganas, y luego dirigiendo ese par de ojos miel hacia él.

-Claudita, pero tú nunca tomas whisky, respondió buscando ser cortante.


-No, pero quiero tomar contigo, ¿está mal, no puedo?.

El anfitrión volvió al baño con la llave. Todos en la fiesta siguen en lo suyo.

Claudia ríe lo mira, y dice; Salud por lo que se nos olvida y por la memoria selectiva.


-Salud, dice él tratando de evitar sentir ternura por esa chica que sin quererlo, no podía reemplazar a nadie, pero parecía querer hacerse un lugar.

Mientras los vasos del Salud chocaban se oye un gritito, todos voltean, alguien baja la música y el silencio reina. La que había gritado era la amiga de la desmayada, una pelirroja con mucho maquillaje, y al parecer, también mucha capacidad para el drama. La pelirroja con ambas manos en la boca y los ojos de preocupación veía a su compañera que ya un poco más lúcida, reía y decía en un tono algo alto y con una labia atropellada cosas que ni él que estaba lejos, ni el dueño de la casa que estaba a un paso entendían, se formó una multitud alrededor, mientras él le servía dos hielos más a su whisky y un poco más de dicho trago.

Prestó más atención y por un instante sintió, o creyó sentir, una voz conocida dentro del baño, la única voz que no quería escuchar, y como por instinto el sudor, la respiración agitada, los ojos más grandes que la pelirroja. En ese momento volvió a recordar. Pensó nuevamente: Mierda, ya me acordé de nuevo.

¿Y si era ella, si realmente ella era la chica llena de vodka?. En ese mismo instante Claudia también se paró y fue a ver, dejando su trago recién preparado sobre la mesa, se le veía sinceramente concentrada en el asunto y su repentino gusto por el whisky parecía tan difuminado y su trago tan intacto y reluciente.Él no pensó mucho más, no podía permitirse averiguar el misterio, prefería pensar que su mente y los ya quince vasos de whisky hacían efecto, y que probablemente dicha ilusión era la misma que de cuando en cuando se manifestaba, junto con su recuerdo.

Secó su vaso y el de Claudia, cogió su saco y salió.

Así que ahora estaba tendido sobre su cama con las luces apagadas, y todo daba vueltas.

La densidad del silencio había vuelto bajo la forma de un zumbido de color azul oscuro con ocasionales líneas rojas que bailaban en el negro de la habitación, y que con sus ojos perseguía.
Dormir era imposible, y si se quedaba demasiado tiempo sin mirar a la nada, volvería otra vez el recuerdo.
Se le ocurrió diluir el zumbido del silencio con el zumbido del televisor, puesto que fueron pocas las veces en su vida en las que pudo dormir en silencio, siempre el televisor iluminaba la habitación cuando dormía. En circunstancias como esa, cada vez que uno cambia de canal, al menos por un sublime segundo se escucha un ¡Zbumb! reparador.

Prendió la tele. Zbumb.


Su mente aún podía procesar lo que veían sus ojos, ahora escuchaba algo más que el silencio.

Reconstruyen horrendo crimen de chica asesinada por holandés, zbump, Jesucristo es la salvación deja que entre a ti y que te salve también, aleluya, zbump, la actriz que hace diez años interpretó a cómplices al rescate reaparece en la televisión mexicana con el pelo teñido de rubio y el cuerpo esbelto de una chica de diecinueve, pero mantiene la telegénica e inolvidable expresión de cojuda, zbump, el último capítulo de Alf, zbump, baba de caracol de Colombia, zbump, zbump, zbump, zbump, una pantalla negra con créditos de una película y una música orquestal propia de las películas simples norteamericanas, con predominancia de violines le llamó la atención, y por alguna razón se quedó mirando la pantalla.

Y ascendiendo lentamente y en bloque, aquel nombre, entremezclado con los nombres de otros extras en letras de color blanco. Parecía querer jalar su vista, y que sin ninguna duda él lo vea, parecía estar predestinado a leerlo, a llegar a esa hora y caer en la pantalla negra de dicho canal, condenado a creer que la chica del baño era ella, a escuchar su voz, a sentir ese melodioso poema de una sola palabra que era su nombre... qué huachafería pensó, y luego gritó;Mierda, ya me acordé otra vez. Lo dijo con una entonación ida, que él mismo escuchó desagradable y borrachosa.



Es tu nombre de lo único que quería escapar esta noche y ahora aparece ante mi en el último momento y cuando menos lo esperaba, como siempre, como nunca, como tantas veces lo había sentido ya, y ya se acerca al extremo superior de la pantalla y en unos segundos habrá desaparecido sin que yo pueda evitarlo, como tantas veces había pasado ya.

La pantalla se quedó negra por varios segundos, y en el silencio del cuarto un maldito sonidito, que él ya no soportaba empezó a alterar el bendito silencio que tampoco podía soportar.
Ese bip bip que avisaba que alguien quería hablarle.

Cerró los ojos, volvió a sudar, la respiración agitada, por momentos sentía como si algo dentro de si, justo en la boca del estómago quisiera salir, gritar, decir algo, cualquier cosa y que al abrirlos todo cambie, todo sea mejor, que ella siga donde pertenece, a su lado

.¿Será ella?,¿ habrá sido la amiga de la pelirroja?, ¿estará en el mismo estado idiotizado en el que me encuentro? , ¿Sentirá esa misma sensación?.Mierda, ahora es inevitable, gritó.

Se paró raudamente, sin calcular que el alcohol había subido mucho más, pensó durante minutos dónde había dejado la llave, puesto que ni siquiera recordaba como llegar al cajón.El bip bip insoportable cada vez sonaba más fuerte, trepó a su mesa de noche para ver si las llaves se encontraban dentro de la lámpara del techo.

Resbaló, y sintió como lentamente caía hacia su cama, no hizo mucho ruido, y el dolor en ese estado no se siente precisamente efímero. Pensó que había caído de cabeza y que había quedado inconsciente, o peor aún, y por eso todo estaba de oscuras, el silencio reinaba y ya no era tan incomodo.
Abrió los ojos y seguía en el cuarto, todo seguía igual y curiosamente la pantalla seguía negra, la sensación que se había expandido de la boca del estómago a su pecho paró y el bip bip ya no sonaba más

Se acomodó y pensó; ahora estoy aquí, sumido en la oscuridad y en la semiinconsciencia, abriendo los ojos de pronto, loco por llamarte y decirte algo, cualquier cosa que sea cierta, porque con ella no importaba que dijera o que callara. Todo podía volverse importante, toda sinrazón podía tomar sentido e incluso todo lo que ahora era amorfo, en ese entonces parecía tener forma.

La oscuridad se iba terminando y la conciencia llegaba de nuevo a él, aún en dicho estado se moría de ganas de escuchar esa voz tan incontrastable.
Pero escondí el teléfono en el clóset y sigo sin recordar donde está la llave. Felizmente.


Cerró los ojos.

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